Por Iciar Recalde (UNLP-Centro de Estudios Juan José Hernández Arregui)
En el marco del IV CONGRESO INTERNACIONAL: Transformaciones culturales. Debates de la teoría, la crítica y la lingüística en el Bicentenario, Buenos Aires, 22 a 27 de noviembre de 2010 - Facultad de Filosofía y Letras, Puán 480
I- A modo de presentación
En estas sucintas páginas intentaremos presentar un análisis razonado de Crisis y resurrección de la literatura argentina de Jorge Abelardo Ramos, volumen publicado en el año 1954 con fuerte impacto en el campo intelectual y literario porteño, a raíz de su puesta en escena de una crítica inédita a dos figuras centrales de la cultura oficial argentina -Jorge Luis Borges y Ezequiel Martínez Estrada- y consecuentemente, de una fuerte impugnación a la política cultural propugnada por Sur en los años cincuenta. Creemos que el rescate del pensamiento de Abelardo Ramos, uno de los exponentes más brillantes de la izquierda nacional, silenciado durante décadas por las usinas de producción y reproducción del saber que se piensa legítimo, se torna fundamental en el contexto del Bicentenario, en la medida en que nos permite configurar protocolos críticos desde donde pensar la cultura y la literatura en su materialidad real, esto es, como partes constitutivas -pero además constituidas en la Argentina, nación signada por la dependencia económica y el sometimiento cultural al extranjero, receptora furibunda de teorías y debates ajenos. En este sentido, Ramos establece el principio de que en un país semicolonial, la lucha por la liberación de las ataduras de la dependencia, además de dirimirse en el terreno económico, se dirime en el campo de la cultura, esto es, para cambiar las condiciones políticas y sociales dependientes, es necesario efectuar una intensa crítica intelectual y política a las bases ideológicas del pensamiento que las sostienen. Crisis y resurrección de la literatura argentina, por lo tanto, se presenta menos como una obra de crítica literaria que como una obra política de crítica al denominado aparato de la colonización pedagógica como política cultural hegemónica. Esto es, más que discutir las cualidades literarias de Borges o de Martínez Estrada, pretende vislumbrar el peso que las concepciones de éstos -en tanto voceros del modelo social dominante- tuvieron sobre la formación cultural del conjunto de la sociedad argentina en sus derivaciones políticas concretas. En palabras de Ramos:
No ofrecemos al lector una exposición sobre literatura pura: ni los esfuerzos de la química han logrado situar nada en estado específico. (…) Nuestro tema será en consecuencia lo nacional y lo europeo en la literatura argentina y por implicación, en la formación del pensamiento nacional latinoamericano. Un entrelazamiento tan atrevido en apariencia entre la cultura y la política causará repulsión a nuestros intelectuales. Es bien natural que esto suceda, pues un franco debate de este género demostraría su divorcio del país en que viven. Su poliglotismo espiritual les impele a rechazar en el territorio subordinado lo que constituye el asunto habitual en la metrópoli europea, esto es, la más enérgica y apasionada polémica sobre las letras y sus fines.
-II- “La colonización pedagógica”
El punto de partida de Ramos será la distinción respecto a los modos de dominación ejercidos en los distintos modelos societarios conformados a través de la dinámica de poder en la división internacional del trabajo capitalista. En este sentido, existen países independientes o imperios que estructuran dos formas subsidiarias de dominación concreta: las colonias y las semicolonias. En las primeras, despojadas de poder político y ocupadas por las fuerzas extranjeras, el rol de la cultura no se torna determinante en la medida en que la fuerza de las armas prevalece. La conciencia nacional es la del país que ocupa y la influencia del imperialismo cultural se ejerce sobre todo en los sectores sociales más ligados al sistema imperial, a los beneficios de la expoliación del país. En cambio, en las semicolonias como la Argentina, que poseen un estatus político independiente decorado por la ficción jurídica –lo que Arturo Jauretche denominaría como estatuto legal del coloniaje-, la cultura se torna central para perpetuar el dominio imperial, en la medida en que permite configurar modos de ver y experimentar lo social en función de intereses ajenos a través de la puesta en funcionamiento del aparato de la colonización pedagógica:
(…) El imperialismo en los países coloniales otorga mayor importancia a su policía colonial que a su literatura clásica. Pero si en la colonia de Kenya la policía reemplaza a Eliot, en la vieja semicolonia de la Argentina, Eliot deberá suplantar a la policía colonial en el sistemático intento imperialista de sofocar la aparición de una conciencia nacional, punto de arranque y clave de toda cultura.
El término “colonización” supone que la cultura es un instrumento de dominación política que legitima programas económicos dependientes. La noción “pedagógica” implica por su parte la idea de que la cultura posee una función educativa y formadora del denominado aparato de la colonización pedagógica, esto es, toda la red de instituciones y prácticas socializantes que forma a los sujetos en un modo específico de ver y experimentar lo real. En este sentido, Ramos es bien explícito al establecer que todo programa económico se organiza en un proyecto político y que todo proyecto societario desarrolla una justificación y un programa cultural que hace posible su desarrollo. La idea de “aparato”, por su parte, obliga al análisis de la cultura en el entramado institucional que va desde el sistema educativo, hasta la prensa, los intelectuales, las academias, etc. y que opera en la construcción del pensamiento colonizado. En palabras de Ramos:
Nuestras clases selectas han imitado esas costumbres, propias de los pueblos vencidos, a quienes se les impone un traje, un tipo de comida, una literatura y una lengua.
En consecuencia, cultura y política son inescindibles ya que legitiman o imposibilitan, la reproducción de un proyecto dependiente o colonial. Y toda política colonial demanda para su funcionamiento una acción “pedagógica” para el sostén del sistema de dominación. Las clases dominantes en Argentina en la historia de su desenvolvimiento forjaron una intelectualidad a su servicio a través del internacionalismo y el universalismo de la cultura extranjera, cuyos focos de irradiación fueron las clases medias, hijas de lo que Ramos definirá como burguesía nacional y repetidoras más o menos fieles de un tipo de pensamiento oligárquico. Clases medias de las que, entrado el siglo XX, tradicionalmente provienen los escritores y a las que Ramos intentará llegar a través de sus escritos. El análisis del internacionalismo encarnado en figuras como la de Borges o Martínez Estrada, parte de la consideración de que la cuestión nacional o el nacionalismo, reviste distintas características en los países independientes y en las semicolonias. En aquellos, el nacionalismo jugó un rol las más de las veces ofensivo en la medida en que legitimó políticas de expoliación de las naciones más débiles. Pero en las semicolonias, el nacionalismo se torna imprescindible en el proceso de lucha por la liberación nacional y por la constitución de una cultura soberana obrando como plataforma defensiva de las agresiones e injerencias externas. En este sentido, el internacionalismo de los escritores voceros de la oligarquía no es más que una estrategia de encubrimiento de la asunción del nacionalismo de los países imperialistas:
Los seudointelectuales de nuestro país, educados en esta escuela de imitación, expresan invariablemente su aversión a una teoría de lo nacional que los explica y los niega. De ahí que acepten el nacionalismo de los europeos, esto es, el nacionalismo imperialista de un Eliot o de una Valery, cuyo tema es la averiguación de las hazañas culturales o históricas de su propio país.
Como asimismo:
La formación de esta intelectualidad argentina fue realizada por el imperialismo desde la victoria de Caseros. Resulta pues, completamente lógico que sus miembros hagan profesión de fe “internacionalista” o “universalista” frente a todas las tentativas de revaluar nuestro pasado o de transformar nuestro presente. Amparándose detrás de una cultura apolillada, que no inspira ya respeto ni en Europa, protegen su vaciedad con el escudo de un hermetismo literario o seudofilosófico que retrata no sólo la profunda confusión del Viejo Mundo, sino ante todo su propia impotencia creadora.
Si el fundamento de toda cultura es la afirmación de su personalidad nacional traducida en formas estéticas más o menos inmediatas, Ramos expresará sin titubeos que no existe una literatura argentina, en la medida en que la misma se constituye a través de la copia y la incorporación acrítica de estéticas extranjeras:
¿Por qué esas corrientes poseen una influencia tan notable en la literatura argentina? La razón más válida es que nuestra literatura no es argentina, sino que prolonga hasta aquí las tendencias estéticas europeas. Su misión es traducir al español el desencanto, la perplejidad o el hastío legitimados por la evolución de la vieja Europa. (…) Nuestros intelectuales traducen pasiones ajenas: desarraigados, sin atmósfera, -sombras de una decadencia o de una sabiduría que otros vivieron.
Por eso, advierte que es imperioso transformar en resurrección la crisis que atraviesa la cultura y la literatura argentina a través de la asunción de la conciencia nacional que se piense a través de categorías propias y en función de intereses conforme a las necesidades de su realidad concreta. El servilismo intelectual típico de las naciones semicoloniales, supone para Ramos un constante ejercicio de auto denigración y legitimación de la superioridad de la cultura extranjera en post del sostén de la situación dependiente del país. De esta manera, la diatriba operada en torno a Borges y Martínez Estrada –vertebrada además, a través de las lecturas que ambos proponen del Martín Fierro que oblicuamente definen su posición antinacional-, se convierte en la plataforma de lanzamiento de una crítica mucho mayor: la de la cultura de la dependencia en bloque y la estipulación de un tipo de lucha cultural que además de contribuir a la autodeterminación nacional, configure una identidad cultural que por nacional, adquiera sentido continental:
Pero es preciso advertir que la teoría de lo nacional no puede confundirse en modo alguno con una teoría de lo argentino. Somos parte indivisible de un territorio histórico ligado por la unidad del idioma. La realización de la unidad política latinoamericana será el corolario natural de nuestra época y el nuevo punto de partida para un desarrollo triunfal de la cultura americana, nutrida en su suelo y, por eso mismo, universal.
En el marco del IV CONGRESO INTERNACIONAL: Transformaciones culturales. Debates de la teoría, la crítica y la lingüística en el Bicentenario, Buenos Aires, 22 a 27 de noviembre de 2010 - Facultad de Filosofía y Letras, Puán 480
I- A modo de presentación
En estas sucintas páginas intentaremos presentar un análisis razonado de Crisis y resurrección de la literatura argentina de Jorge Abelardo Ramos, volumen publicado en el año 1954 con fuerte impacto en el campo intelectual y literario porteño, a raíz de su puesta en escena de una crítica inédita a dos figuras centrales de la cultura oficial argentina -Jorge Luis Borges y Ezequiel Martínez Estrada- y consecuentemente, de una fuerte impugnación a la política cultural propugnada por Sur en los años cincuenta. Creemos que el rescate del pensamiento de Abelardo Ramos, uno de los exponentes más brillantes de la izquierda nacional, silenciado durante décadas por las usinas de producción y reproducción del saber que se piensa legítimo, se torna fundamental en el contexto del Bicentenario, en la medida en que nos permite configurar protocolos críticos desde donde pensar la cultura y la literatura en su materialidad real, esto es, como partes constitutivas -pero además constituidas en la Argentina, nación signada por la dependencia económica y el sometimiento cultural al extranjero, receptora furibunda de teorías y debates ajenos. En este sentido, Ramos establece el principio de que en un país semicolonial, la lucha por la liberación de las ataduras de la dependencia, además de dirimirse en el terreno económico, se dirime en el campo de la cultura, esto es, para cambiar las condiciones políticas y sociales dependientes, es necesario efectuar una intensa crítica intelectual y política a las bases ideológicas del pensamiento que las sostienen. Crisis y resurrección de la literatura argentina, por lo tanto, se presenta menos como una obra de crítica literaria que como una obra política de crítica al denominado aparato de la colonización pedagógica como política cultural hegemónica. Esto es, más que discutir las cualidades literarias de Borges o de Martínez Estrada, pretende vislumbrar el peso que las concepciones de éstos -en tanto voceros del modelo social dominante- tuvieron sobre la formación cultural del conjunto de la sociedad argentina en sus derivaciones políticas concretas. En palabras de Ramos:
No ofrecemos al lector una exposición sobre literatura pura: ni los esfuerzos de la química han logrado situar nada en estado específico. (…) Nuestro tema será en consecuencia lo nacional y lo europeo en la literatura argentina y por implicación, en la formación del pensamiento nacional latinoamericano. Un entrelazamiento tan atrevido en apariencia entre la cultura y la política causará repulsión a nuestros intelectuales. Es bien natural que esto suceda, pues un franco debate de este género demostraría su divorcio del país en que viven. Su poliglotismo espiritual les impele a rechazar en el territorio subordinado lo que constituye el asunto habitual en la metrópoli europea, esto es, la más enérgica y apasionada polémica sobre las letras y sus fines.
-II- “La colonización pedagógica”
El punto de partida de Ramos será la distinción respecto a los modos de dominación ejercidos en los distintos modelos societarios conformados a través de la dinámica de poder en la división internacional del trabajo capitalista. En este sentido, existen países independientes o imperios que estructuran dos formas subsidiarias de dominación concreta: las colonias y las semicolonias. En las primeras, despojadas de poder político y ocupadas por las fuerzas extranjeras, el rol de la cultura no se torna determinante en la medida en que la fuerza de las armas prevalece. La conciencia nacional es la del país que ocupa y la influencia del imperialismo cultural se ejerce sobre todo en los sectores sociales más ligados al sistema imperial, a los beneficios de la expoliación del país. En cambio, en las semicolonias como la Argentina, que poseen un estatus político independiente decorado por la ficción jurídica –lo que Arturo Jauretche denominaría como estatuto legal del coloniaje-, la cultura se torna central para perpetuar el dominio imperial, en la medida en que permite configurar modos de ver y experimentar lo social en función de intereses ajenos a través de la puesta en funcionamiento del aparato de la colonización pedagógica:
(…) El imperialismo en los países coloniales otorga mayor importancia a su policía colonial que a su literatura clásica. Pero si en la colonia de Kenya la policía reemplaza a Eliot, en la vieja semicolonia de la Argentina, Eliot deberá suplantar a la policía colonial en el sistemático intento imperialista de sofocar la aparición de una conciencia nacional, punto de arranque y clave de toda cultura.
El término “colonización” supone que la cultura es un instrumento de dominación política que legitima programas económicos dependientes. La noción “pedagógica” implica por su parte la idea de que la cultura posee una función educativa y formadora del denominado aparato de la colonización pedagógica, esto es, toda la red de instituciones y prácticas socializantes que forma a los sujetos en un modo específico de ver y experimentar lo real. En este sentido, Ramos es bien explícito al establecer que todo programa económico se organiza en un proyecto político y que todo proyecto societario desarrolla una justificación y un programa cultural que hace posible su desarrollo. La idea de “aparato”, por su parte, obliga al análisis de la cultura en el entramado institucional que va desde el sistema educativo, hasta la prensa, los intelectuales, las academias, etc. y que opera en la construcción del pensamiento colonizado. En palabras de Ramos:
Nuestras clases selectas han imitado esas costumbres, propias de los pueblos vencidos, a quienes se les impone un traje, un tipo de comida, una literatura y una lengua.
En consecuencia, cultura y política son inescindibles ya que legitiman o imposibilitan, la reproducción de un proyecto dependiente o colonial. Y toda política colonial demanda para su funcionamiento una acción “pedagógica” para el sostén del sistema de dominación. Las clases dominantes en Argentina en la historia de su desenvolvimiento forjaron una intelectualidad a su servicio a través del internacionalismo y el universalismo de la cultura extranjera, cuyos focos de irradiación fueron las clases medias, hijas de lo que Ramos definirá como burguesía nacional y repetidoras más o menos fieles de un tipo de pensamiento oligárquico. Clases medias de las que, entrado el siglo XX, tradicionalmente provienen los escritores y a las que Ramos intentará llegar a través de sus escritos. El análisis del internacionalismo encarnado en figuras como la de Borges o Martínez Estrada, parte de la consideración de que la cuestión nacional o el nacionalismo, reviste distintas características en los países independientes y en las semicolonias. En aquellos, el nacionalismo jugó un rol las más de las veces ofensivo en la medida en que legitimó políticas de expoliación de las naciones más débiles. Pero en las semicolonias, el nacionalismo se torna imprescindible en el proceso de lucha por la liberación nacional y por la constitución de una cultura soberana obrando como plataforma defensiva de las agresiones e injerencias externas. En este sentido, el internacionalismo de los escritores voceros de la oligarquía no es más que una estrategia de encubrimiento de la asunción del nacionalismo de los países imperialistas:
Los seudointelectuales de nuestro país, educados en esta escuela de imitación, expresan invariablemente su aversión a una teoría de lo nacional que los explica y los niega. De ahí que acepten el nacionalismo de los europeos, esto es, el nacionalismo imperialista de un Eliot o de una Valery, cuyo tema es la averiguación de las hazañas culturales o históricas de su propio país.
Como asimismo:
La formación de esta intelectualidad argentina fue realizada por el imperialismo desde la victoria de Caseros. Resulta pues, completamente lógico que sus miembros hagan profesión de fe “internacionalista” o “universalista” frente a todas las tentativas de revaluar nuestro pasado o de transformar nuestro presente. Amparándose detrás de una cultura apolillada, que no inspira ya respeto ni en Europa, protegen su vaciedad con el escudo de un hermetismo literario o seudofilosófico que retrata no sólo la profunda confusión del Viejo Mundo, sino ante todo su propia impotencia creadora.
Si el fundamento de toda cultura es la afirmación de su personalidad nacional traducida en formas estéticas más o menos inmediatas, Ramos expresará sin titubeos que no existe una literatura argentina, en la medida en que la misma se constituye a través de la copia y la incorporación acrítica de estéticas extranjeras:
¿Por qué esas corrientes poseen una influencia tan notable en la literatura argentina? La razón más válida es que nuestra literatura no es argentina, sino que prolonga hasta aquí las tendencias estéticas europeas. Su misión es traducir al español el desencanto, la perplejidad o el hastío legitimados por la evolución de la vieja Europa. (…) Nuestros intelectuales traducen pasiones ajenas: desarraigados, sin atmósfera, -sombras de una decadencia o de una sabiduría que otros vivieron.
Por eso, advierte que es imperioso transformar en resurrección la crisis que atraviesa la cultura y la literatura argentina a través de la asunción de la conciencia nacional que se piense a través de categorías propias y en función de intereses conforme a las necesidades de su realidad concreta. El servilismo intelectual típico de las naciones semicoloniales, supone para Ramos un constante ejercicio de auto denigración y legitimación de la superioridad de la cultura extranjera en post del sostén de la situación dependiente del país. De esta manera, la diatriba operada en torno a Borges y Martínez Estrada –vertebrada además, a través de las lecturas que ambos proponen del Martín Fierro que oblicuamente definen su posición antinacional-, se convierte en la plataforma de lanzamiento de una crítica mucho mayor: la de la cultura de la dependencia en bloque y la estipulación de un tipo de lucha cultural que además de contribuir a la autodeterminación nacional, configure una identidad cultural que por nacional, adquiera sentido continental:
Pero es preciso advertir que la teoría de lo nacional no puede confundirse en modo alguno con una teoría de lo argentino. Somos parte indivisible de un territorio histórico ligado por la unidad del idioma. La realización de la unidad política latinoamericana será el corolario natural de nuestra época y el nuevo punto de partida para un desarrollo triunfal de la cultura americana, nutrida en su suelo y, por eso mismo, universal.
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