martes, 5 de agosto de 2025

Desarrollo nacional o desintegración

 Aritz Recalde, julio 2025 


 

Ser o no ser Nación, esa es la cuestión

El tiempo actual nos enfrenta a todos los argentinos a un dilema crucial: o avanzamos en la formulación y en la ejecución de un nuevo proyecto de desarrollo nacional o sumergimos definitivamente al país en la degradante condición de semicolonia que estamos transitando. Como nunca antes en la historia argentina, corremos el riesgo cierto y posible de dejar de ser una Nación soberana, para conformarnos, definitivamente, como un mercado desigual y un Estado dependiente con un pueblo pobre y humillado.

De no revertir el proceso de decadencia política, cultural y social iniciado vertiginosamente desde la muerte de Juan Domingo Perón, la República Argentina se convertirá:

- en un país sin industria y sin tecnología cuyo rol en el mundo es el de ser un mercado para la ubicación de excedentes comerciales de las potencias, un reservorio de materias primas y un casino financiero;

- en la sede de un pueblo mayoritariamente empobrecido y marginalizado, informal en lo laboral e institucional y atravesado por una violenta y cruel lucha entre hermanos;   

- en una comunidad sin identidad nacional, sin valores propios, emocionalmente inestable y que oficiará como laboratorio ideológico tendiente a que nos impongan las cosmovisión de las potencias y corporaciones extranjeras.

 

Un país que no controla su economía, que no tiene identidad y que no logra el bienestar social de su pueblo, no puede ser considerado una Nación soberana, sino más bien una semicolonia que designa a una clase política que maneja el gobierno pero que no controla el poder y menos aún puede intervenir en la construcción del destino de la comunidad.  

 

Es momento de forjar una amplia unidad nacional de todos los argentinos honestos que trabajan

La unidad nacional

La dispersión partidaria entre las provincias y la falta de consensos básicos para la organización nacional entre la dirigencia es alarmante.  El drama actual del país no lo puede resolver ningún partido político en soledad, ningún sector social y menos aún alguna corriente de pensamiento en particular.

Tenemos que tener en claro que las viejas ideologías no permiten la identificación de los problemas y menos aún de las soluciones nacionales que requiere el presente. Las ideologías occidentales “derecha, izquierda, progresismo y liberalismo” no permiten comprender en profundidad lo qué ocurre en nuestros países. Lo mismo sucede con las identidades locales “peronismo, radicalismo y socialismo” y sus derivaciones “alfonsinismo, macrismo y cristinismo” que suelen estar vacías de norte programático real, que tienen delegados en expresiones políticas enfrentadas o que en su defecto son nichos de representación sectoriales.

Para construir una herramienta de transformación y no meramente un expresión de poder testimonial o de minorías, hay que superar los marcos de pensamiento importado, las ideologías de la grieta y de la facción que las elites partidarias y sus medios de comunicación difunden para exacerbar el odio de la masa buscando obtener beneficios sectoriales.

En la terrible etapa actual de la Argentina, debemos tener en claro que existe una sola clase de hombres: los que trabajan y los que producen honestamente contribuyendo en la mejora del país. Cada uno de ellos tiene su religión y su cultura, su identidad e historia partidaria que tienen que ser valoradas y respetadas. La tarea de la dirigencia política es la de movilizarlos en una unidad de destino y no la de dividirlos para ganar una elección.

En la reconstrucción nacional no puede quedar afuera un solo argentino honesto que tenga vocación de esfuerzo y de trabajo. La línea divisoria es desarrollo o dependencia, producción o especulación. El único adversario a derrotar son las corporaciones y agentes que atentan contra nuestra soberanía, vulnerando los derechos del pueblo.   

Debemos contribuir a forjar acuerdos básicos para la reconstrucción y promover una nueva identidad política movilizadora sin falsas grietas y que contenga la diversidad de sectores y de tradiciones partidarias y culturales.


Este país va a salir adelante trabajando

Tenemos que tener claro que una Nación es una unidad de trabajo y de producción. Necesitamos un programa político nacionalista para defender la empresa y el trabajo argentino y sudamericano. Gobernar fue y sigue siendo generar trabajo.

El trabajo es el gran ordenador social y todos los argentinos capaces tienen que producir, al menos, lo que consumen ellos y sus familias. Los subsidios de desempleo y los paliativos sociales tienen que ser temporales ya que su perpetuación en el tiempo humilla y brutaliza a la persona que no aporta nada a su comunidad y que no se realiza. Además, el subsidio eterno ofende a la comunidad que hace el esfuerzo para mantenerlo.

Tenemos que revertir el proceso de las últimas décadas en la Argentina en el que se destruyeron empresas y se extranjerizaron otras, se concentraron ramas de actividad y se quitaron incentivos a la producción priorizando una cultura rentística y financiera.

En este contexto, un sector importante de nuestro pueblo perdió la cultura del trabajo, del esfuerzo y del mérito. Por si ya no fuera poco, en la Argentina se puede ser pobre trabajando formalmente y habiendo adquirido alta calificación. La reconstrucción de la posibilidad de ascenso social en base al trabajo y al estudio es una causa nacional.

 

Los únicos privilegiados tienen que ser los pibes

La extrema desigualdad social existente exacerba los odios y los resentimientos. Para peor, la educación, la salud y la seguridad pública hoy no igualan las posibilidades entre los jóvenes, sino que mantienen e incluso aumentan las diferencias. En la Argentina semicolonial del presente serás lo que podes pagar y no lo que tu capacidad y esfuerzo te permitan desenvolver.

Esta realidad es demoledora y destruye talentos y capacidades y corroe la unidad de destino entre las nuevas generaciones. Los pibes de clase media piensan en irse del país y viven un exilio emocional con su patria. Muchos pibes de clase baja han perdido el valor de la vida y matan y mueren en robos o como parte de los soldaditos del tráfico ilegal de estupefacientes.

El consumo o de droga entre los jóvenes es dramático. Se vende y se envenena a plena luz del día a generaciones, frente a la complicidad y el silencio de la política.

En la Argentina los únicos privilegiados tienen que ser las embarazadas, los bebes, los niños y jóvenes. Este planteo tiene que ser plataforma electoral e imperativo moral de la dirigencia política y de la comunidad en su conjunto. 

 

Volver a los temas nacionales

Hace tiempo que la clase política naufraga con agendas inconducentes de minorías y de modas extranjeras. Poco y nada contribuyeron al desarrollo argentino y menos aún permitieron elevar la calidad de vida popular en un país que en cuatro décadas de democracia aumentó la marginalidad y la desigualdad. Si la dirigencia partidaria no vuelve a la realidad se va a tener que buscar otro trabajo, ya que un sector importante del electorado les marcó el boleto. 

Tenemos que retomar los valores y la gesta educativa del liberalismo del siglo XIX. El liberalismo refundó la educación creada en la época hispánica por la iglesia Católica. La enseñanza pública primaria se orientó a enseñar a leer y a escribir y a dar pautas de civilidad y de disciplina para el trabajo. La escuela impuso una cultura nacional a la gran masa del pueblo criollo e inmigrante. El nivel secundario y universitario se orientó a formación de las elites. La Escuela Normal fue un instrumento fundamental para la formación de maestros y para la perpetuación en el tiempo del sistema. Todo eso se rompió y hace décadas que la escuela pública y la cultura argentina están en profunda decadencia y que profundizan la estratificación social y cultural de los pibes que ingresan.

Además de la educación, la elite liberal organizó una institución militar que integró la nación en el plano territorial, institucional y político. Asimismo y con la Ley Riccheri, los militares cumplieron tareas educativas, sanitarias y sociales. La elite militar fue fundamental en la formulación, la instrumentación y en la estabilidad de los tres grandes Proyectos Nacionales, el liberal con Julio Roca, el desarrollista con Agustín Justo y el Nacional popular con Juan Domingo Perón. La terrible dictadura de 1976 distanció radicalmente el mundo militar del desarrollo y desde esa época se quedaron sin agenda y sin promotores los temas de la planificación industrial, del interés nacional, de la soberanía, de la geopolítica y de la logística, entre otros. Hace tiempo que la política se volvió administración de la dependencia.   

Debemos recuperar el ideario del programa desarrollista que hizo de la intervención estatal y de la obra pública un instrumento de crecimiento e integración de La Nación y un medio de ascenso social del pueblo. En los años treinta Agustín Justo creó la Dirección Nacional de Vialidad, dinamizó la industria militar y potenció la inversión en el área de energía. El país se modernizó y se integró con el plan vial y con la inversión ferroviaria. La economía se reactivó y se hizo más competitiva con esta inyección de capital y de trabajo. Bajó paulatinamente el desempleo y se incluyó al obrero al mercado de consumo. El 17 de octubre de 1945 se movilizaron los trabajadores industriales de una economía reactivada por la inversión gubernamental de los años treinta y no fue la mano libre del mercado quién lo permitió. La experiencia de los años treinta fue central para moldear la inversión en infraestructura y logística de los gobiernos industrialistas posteriores de Juan Domingo Perón y de Arturo Frondizi.   

Tenemos que trabajar para forjar nuestra personalidad nacional y ejercerla en el sistema mundo. El interés nacional y regional y la defensa de la personalidad humana integral deben guiar la política exterior. El país tiene una historia notable en este sentido y protagonizó grandes actos de defensa de la soberanía cuando Juan Manuel de Rosas enfrentó a la prepotencia militar francesa e inglesa, cuando Hipólito Yrigoyen sostuvo el neutralismo en la primera Guerra Mundial, con la doctrina de Luis M. Drago y con Saavedra Lamas que hizo de nuestra diplomacia un medio de paz, solamente por citar algunos ejemplos.

 

Del Estado caja de la política a instrumento de realización nacional

La política y la gestión del Estado tienen que ejecutarse en base a la épica de bien común, de la honestidad, la transparencia y del patriotismo. El Estado no es un instrumento de casta, de facción o de orga, sino un medio político de realización nacional y de desenvolvimiento de la personalidad integral de la comunidad.

Tienen que llegar los mejores y más formados técnicos y ejecutores al gobierno. Los cargos deben dignificar la función para los que fueron creados y no ser un mero recurso de beneficio personal o partidaria. En el proceso de transformación de la Argentina que demanda la hora, no puede haber lugar para los lobistas de facción, para los mercaderes de lo público y menos aún para los inmorales y ladrones.

Gestionar el Estado es resolver los problemas del pueblo, de la patria y de La Nación. Si el gobierno se convierte en una caja sectorial de clase o de facción, el Estado pierde eficacia y poco a poco también legitimidad. Eso hoy es evidente y el Gobierno Nacional tiene margen de acción para destruir el Estado por el hecho de que muchas instituciones básicas no funcionan hace tiempo. Nadie defiende lo que no conoce y menos aún lo que no funciona.

No es del todo acertado que el pueblo argentino en la actualidad se haya convertido a la ideología de “derecha” o que sea “insensible” al desmantelamiento de programas sociales. La indiferencia frente a muchas  políticas por parte de la gente no es una postura partidaria e ideológica, sino más bien una indignación lógica del pueblo frente al fracaso dirigencial para consolidar una política de Estado. Para las clases medias bajas y buena parte de los trabajadores formales, la educación, la salud y la seguridad pública no funcionan y sus miembros se ven obligados a financiarse los servicios con un esfuerzo sumamente grande. La vida de los sectores bajos, informales y marginales es indigna y malviven y la consigna del “Estado presente” no puede ocultar la decadencia de las condiciones de existencia y la falta total de perspectiva de mejora de millones de compatriotas. Para las clases medias altas que no usan los servicios públicos, se percibe que el Estado les confisca el salario con un impuesto que te iguala para abajo en la pobreza y que, paradójicamente, llaman a las “ganancias”. Los sectores productivos no ven las retenciones a las exportaciones y otros impuestos en la construcción de nuevas rutas, puertos, ferrocarriles para mejorar la competitividad y ni siquiera actualmente tampoco en subsidios a la energía.

De acá surge la poca empatía de una parte de la población con el Estado y no de la ideología incomprensible del bla bla de la Escuela Austriaca que difunde el Presidente. Para poder discutir con el ideario de Milei hay que gestionar correcta y estratégicamente al Estado. Poco sirve perder el tiempo con consignas vacías que ya nadie se toma muy en serio o que al menos no se las cree a la hora de votar.

Se tienen que reconstruir los pilares básicos de la legitimidad gubernamental como prestador de infraestructura, educación, salud, justicia y seguridad. Lejos del planteo progresista, hay que tener la certeza de que la seguridad no es de derecha, ni de izquierda, sino que es un tema sumamente popular. El aumento del crimen organizado destruye la comunidad y la dinámica reciente pone en jaque la soberanía al cuestionar el monopolio de la fuerza del Estado. Hay que asumir la existencia de una crisis de la educación pública y abandonar el consignismo de campaña y la impostura de los funcionarios. Lo mismo ocurre con la salud, con la infraestructura y con servicios públicos en pésimo estado, sean de gestión privada o Estatal.


Los valores del hombre argentino

Es fundamental reconstruir los valores del hombre argentino y los de su dirigencia. La comunidad está desorganizada y una de sus causas es la perdida de los valores de justicia, de solidaridad social, de bien común y de patriotismo. Hasta el valor mismo de la vida está hoy cuestionado en un país con 70% de pobreza infantil, con embarazadas malviviendo sin futuro y con barrios en donde los pibes matan y mueren en la marginalidad y bajo el accionar impune del narcotráfico.

Hay una crisis moral en la comunidad y el problema es más acuciante entre parte de la dirigencia que lejos está de comportarse con ejemplaridad. El relativismo y el pragmatismo de negocios de la clase política de las últimas cuatro décadas, destruyó la representación partidaria y vació de legitimidad al sistema político e institucional llevándolo a las crisis del 2001 y a la del 2023.

Ni la economía, ni la ciencia, ni la lucha por el poder nos darán pautas de bien y de mal, de lo que debemos hacer y lo que hay que impedir. Tenemos que defender la dignidad de la persona humana y postular una moral que la oriente.

 

Una nueva herramienta política

Para poder encarar la reconstrucción nacional y para poder gobernar en la difícil crisis que estamos atravesando se debe forjar un nuevo frente político y social.

Un modelo a emular es el del año 2002 que le permitió a la Argentina empezar a superar el desastre económico y humanitario de fin de siglo pasado. En el contexto post 2001 un sector de la política tuvo el acierto de buscar acuerdos entre dirigentes, partidos y el empresariado industrial, de la construcción y del agro.

En esa tarea de articulación, de diálogo y de construcción de consensos jugó un rol fundamental la Iglesia Católica, histórico faro moral y espiritual en temas de derechos de la personalidad humana. La institución fue y sigue siendo de las pocas organizaciones de masas que sigue cuestionando la inmoralidad de la pobreza y descarte infantil y denunciando el accionar del narcotráfico y de la corrupción. La Iglesia fue fundamental en el año 2002 en la construcción de la política social y educativa en un contexto de alta pobreza y marginalidad similar al actual.

En el 2002 el sindicalismo y las mediaciones de la economía informal se integraron a un frente político que promovió la bandera de la paz social y de la reconstrucción económica, cultural y espiritual de la Argentina.   

 

A modo de cierre, quiero destacar que pese a la decadencia de un sector importante de la dirigencia del país, en la Argentina siguen existiendo reservorios morales, dirigentes y gestiones ejemplares en todos los partidos políticos y organizaciones del trabajo, del empresariado, de la religión y de la cultura.

El nuestro es un pueblo de fe, solidario y trabajador y como lo hizo tantas veces en la historia patria, responderá al llamado del caudillo que venga a gobernar esta tierra con humildad, ejemplaridad, patriotismo y vocación de justicia.   


Publicado en MENU CRIOLLO

miércoles, 25 de junio de 2025

La obra pública de la gobernación bonaerense de Manuel Fresco

Aritz Recalde


 

“Al hacerme cargo del gobierno, me propuse realizar un plan de obras que no sólo contemplase necesidades inmediatas de la Provincia, sino que pudiera ser, también, un estímulo para el progreso general (…) He dado preferencia, en el plan trazado, a los problemas sociales: hospitales, comedores escolares, cárceles, reformatorios de menores, muchas salas de distintas especialidades, pabellón para tuberculosos (…) el beneficio social de este programa es de proyecciones incalculables. Después siguen las obras de carácter económico, susceptibles de crear riqueza en el plazo más o menos mediato, y por último, obras que pueden significar una mejora para los servicios administrativos. No hay en la Provincia una sola localidad donde este gobierno no haya ejercido una acción constructiva, con la estrecha colaboración, en la mayoría de los casos, con las municipalidades, animadas de un mismo espíritu de progreso efectivo”.

Manuel Fresco, 16 de febrero de 1939

 

La gestión bonaerense como parte de la obra pública nacional

Intervencionismo defensivo

La construcción de la obra pública del gobernador Manuel Fresco, formó parte  de la novedosa intervención estatal que fue iniciada en la década del treinta como una respuesta a la severa recesión económica.

Salvador Oría fue profesor titular de la UBA, Director Nacional de Vialidad en el año 1938, presidente del Instituto Autárquico de Colonización de Buenos Aires y Ministro de Obras de 1940 a 1943, entre otras importantes funciones públicas. Este pensador y político argentino se refirió al nuevo rol del Estado iniciado con el presidente Agustín Justo como un “intervencionismo defensivo”. En su libro El Estado Argentino y la nueva economía anunció el agotamiento del liberalismo clásico. En el esclarecedor trabajo describió como la organización liberal fue remplazada por el comunismo, por el fascismo, por el nazismo y por otras diversas experiencias de “economías dirigidas”. Se refirió particularmente a la gestión del presidente norteamericano Franklin Roosevelt, quién para revertir la crisis económica inyectó una importante cantidad de dinero público que fue destinado a préstamos a empresas y a la inversión en obras públicas. Ambos programas tenían la finalidad de reactivar el empleo y la actividad productiva.

Oría remarcó el hecho de que el mandatario norteamericano impulsó un enfrentamiento público contra los “cartels” y los monopolios reconociendo que existían fallas en el mercado liberal y una tendencia a que se formen grandes concentraciones.

El Estado argentino intervenía para “emancipar una nación entera de las exacciones de los capitales internacionales, a los que con tanta crudeza fustigó Roosevelt en 1933”. Entre las actividades nacionalizadas bajo esta doctrina citó el Puerto de Rosario, la empresa de gas de Buenos Aires, las usinas eléctricas de Entre Ríos, Tucumán, Mendoza y Corrientes y el Ferrocarril F.C. Córdoba (Oría 1945: 201 y 212).

El autor realizó un estudio sobre los orígenes del intervencionismo económico en la Argentina. Sostuvo que hasta el siglo XX el Estado prácticamente no protegía la producción más allá de la función que cumplían algunos impuestos al vino y al azúcar que favorecieron el desarrollo de unas pocas actividades de las provincias del norte y de Cuyo.

Oría mencionó a la actividad petrolera como una de las primeras áreas productivas amparadas a la luz de las “tendencias de nacionalismo económico”. Desde la creación de la Dirección General de Yacimientos Petrolíferos Fiscales en el año 1917, el Estado implementó una constante inversión en plantas de explotación garantizando la energía del capitalismo argentino.

En el año 1931 el Gobierno Nacional estableció el control de cambios, cuestión que fue completada con un decreto del 25 de enero de 1932 y con la Ley de Organización 12.160/35. Como parte del mismo programa, se crearon  el Banco Central (ley 12.155), el Instituto Movilizador (ley 12.157), la Junta Nacional de Granos (octubre 1933), la Junta Reguladora de la Industria Lechera (abril de 1934), la Junta Reguladora de la Industria Vitivinícola (diciembre de 1934), la Junta Nacional de Algodón (abril de 1935) y la Comisión Reguladora de la Yerba (abril de 1935).

Entre los años 1940 y 1943 esta política intervencionista se continuó con inversiones en la actividad petrolera, con créditos a la minería, con la construcción de edificios públicos, con inversiones en transportes y con la creación de una Marina Mercante Nacional, entre otras acciones.

Oría reivindicó como un hecho positivo las nuevas funciones del Banco Central promovido por Ministro de Hacienda, Federico Pinedo, en base a iniciativas anteriores y que fue terminado por Alberto Hueyo con el asesoramiento de Otto Niemeyer. Este último funcionario también había dado apoyo técnico al Brasil. El autor destacó que esta misma tendencia reguladora se desarrolló en otros países de Latinoamérica y citó las experiencias de Chile y de Perú que crearon instituciones financieras similares al Banco argentino.

 

La obra pública nacional

Durante la presidencia Agustín Justo y siguiendo la doctrina que Salvador Oría denominó “intervencionismo defensivo”, se implementó un ambicioso Plan Nacional de infraestructura.

El gasto del Gobierno Nacional aumentó del 9% del PBI en el año 1930, al 16,1% en 1943 (Aguinaga y Azaretto 1991).  

Durante los ocho años de las presidencias de Justo y de Ortiz ocupó la conducción del Ministerio de Obras Manuel Alvarado. El funcionario implementó un histórico programa de construcción de obras viales y de transporte (rutas, puentes, calles, ferrocarriles, subtes, etc.), de edificios públicos administrativos, hospitalarios, educativos y deportivos, entre otros. Se encararon grandes edificios como el Libertador que fue diagramando por el prestigioso arquitecto Carlos M. Pibernat (Longoni R. Molteni J. Galcerán V. Fonseca I. 2010) (Ramos 2001) (Oría 1945).

A las obras federales, se le sumaron las privadas y las corporativas. Yacimientos petrolíferos Fiscales (YPF) encaró importantes acciones como la ampliación de la destilería de La Plata y la construcción de la de Godoy Cruz, luego remplaza por la de Lujan de Cuyo. En el año 1935 había 34 estaciones de servicio y dos años después aumentaron a 187. La empresa movilizó mano de obra manual e intelectual y fue una gran impulsora de la construcción de barrios e infraestructura social en varios lugares de la Argentina. 

En la misma etapa hubo un desarrollo sumamente importante de Fabricaciones Militares en distintas provincias del país.  

El presidente Justo impulsó la ley 11.658/32 que creó la Dirección Nacional de Vialidad.  La norma incluyó un Fondo Nacional de Vialidad compuesto por un impuesto a la nafta, por rentas generales, por la tasa por contribución de mejoras a la tierra rural en los territorios nacionales, por multas por incumplimiento de contratos de obras de vialidad o de infracciones a la presente ley y por "bonos de obras de vialidad", entre otros. La ley especificó que parte de estos recursos podían ser destinados a financiar trabajos realizados por las provincias. 

La Ley provincial 4117/32 adhirió a la norma nacional 11.658 y además creó un impuesto al combustible consumido en el territorio. El 5 de octubre del año 1938 al cumplirse el aniversario de la ley, el Gobernador bonaerense Manuel Fresco destacó que la Dirección Nacional de Vialidad “señala un acontecimiento de trascendental importancia para el progreso del país. La sanción de esa ley, hace cabalmente seis años, representó un paso considerable en la acción vial que la Nación venía exigiendo con urgencia a todos los gobiernos (…) permitió a todos los gobiernos nacionales y provinciales coordinar iniciativas otrora desarticuladas y proyectar y constituir, de tal suerte, las grandes rutas que vinculan a los centros de producción con los de consumo, a las zonas rurales con los mercados urbanos y con los puertos de exportación, que facilitan la circulación rápida y el transporte barato de nuestras riquezas, que abren grandes e insospechadas perspectivas al comercio interno, que estimulan el desarrollo del turismo” (Conversando con el Pueblo, V 2: 63-64).

Salvador Oría sostiene que en la década que transcurre de 1932 a 1942 se proyectaron 45.000 kilómetros de caminos y se terminaron más de 30.000 solamente dentro de la red nacional y sin tener en cuenta las obras provinciales. Entre los años 1930 y 1945 el Estado construyó 5000 kilómetros de vías ferroviarias y adquirió 2600 km del F. C. Central Córdoba. Al año 1945 la red ferroviaria era de 46.119 km y los Ferrocarriles del Estado administraban 12.642 km siendo la principal empresa  (Oría 1945: 183).

La obra vial se extendió a todo el territorio nacional y se trazaron las importantes rutas trocales 2, 3, 7, 8, 12 y 14, entre otras.

Se diseñaron y ampliaron los puentes sobre el Riachuelo de la Noria y Pueyrredón.

En la Capital Federal se abrió la avenida Nueve de Julio y se ampliaron las avenidas Belgrano, Corrientes, Córdoba y Santa Fe. Se construyó la avenida General Paz, considerada como el primer gran antecedente de las autopistas argentinas. Se finalizó la línea B de subterráneo y se construyeron las líneas C, D y la E  (Aguinaga y Azaretto 1991).

Entre los años 1936 y 1940 la provincia de Buenos Aires encaró una modernización de las principales vías de acceso a la Capital Federal  (Conversando con el Pueblo, V 2).

 

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miércoles, 2 de abril de 2025

 El Pensamiento Nacional Latinoamericano como matriz autónoma para comprender  la  realidad de nuestro continente[1]



 Marcos Mele y Aritz Recalde

 

Definiciones iniciales

El primer desafío que tenemos por delante es el de caracterizar qué entendemos por Pensamiento Nacional Latinoamericano.

La definición de pensadores nacionales no se refiere a un tema geográfico o de lugar de nacimiento. No basta con habitar una región para poder ser considerado un pensador nacional ya que en nuestro país existen corrientes intelectuales diversas e incluso enfrentadas en la interpretación de la realidad.

Tampoco el Pensamiento Nacional se refiere a una disciplina o campo profesional en particular. Dentro de este universo hay filósofos, economistas, agrónomos, abogados, historiadores o directamente pensadores que no tienen formación universitaria. El Pensamiento Nacional no se circunscribe a una actividad o profesión particular y dentro de esta corriente se encuentran obras escritas por docentes, trabajadores, empresarios, militares, religiosos y figuras provenientes de distintas actividades productivas, sociales, culturales y políticas.

Lo que identifica a esta corriente de pensamiento es la perspectiva nacional y social para analizar los problemas argentinos, regionales y mundiales.

 

Pensar para resolver los problemas de la Nación

La acción de pensar es una actividad humana tendiente a reflexionar y a resolver los problemas/cuestiones que se le presentan al hombre en su vida. Tal cual comentamos, pensar en “nacional” no se refiere a un tema meramente geográfico (haber nacido en un lugar u en otro), sino en una forma de encarar epistemológica y políticamente los problemas de una comunidad.

En lo concerniente a Latinoamérica[2] aplicamos el mismo criterio, en el sentido de que vamos a trabajar a los pensadores que abordaron con perspectiva nacional la realidad de nuestra región.

La cuestión nacional es el centro de los análisis de estos pensadores y es por eso que consideramos oportuno dar algunas definiciones básicas y simplificadas del concepto. Tal cual vamos a ver a lo largo del seminario, la preocupación central de estos pensadores es la de contribuir a la soberanía nacional y a su desarrollo pleno, permitir el desenvolvimiento de las particularidades culturales de la comunidad  y garantizar la dignidad social y la vida libre y plena del pueblo que la habita.

La Nación supone, inicialmente, la existencia de un pueblo en un territorio. Es por eso que la idea de Nación se liga directamente a la de soberanía territorial, entendida como la capacidad de un pueblo de ejercer el dominio, uso y control de los bienes y recursos del mismo. Vinculado a este tema,  varios autores de esta corriente intelectual analizaron la cuestión de Malvinas como un problema de soberanía nacional, de perspectiva sudamericana. Entre otros, Jorge Abelardo Ramos trató el tema en varios artículos. Otro tema de gran relevancia para una perspectiva soberanista nacional, es el de los derechos de nuestro país y región sobre el territorio de la Antártida.

Para conocer las particularidades de una Nación hay que estudiar la cultura histórica y presente de las personas y colectivos que la integran. Existirán distintos modos nacionales según la diversidad cultural  y existencial de sus miembros, grupos y sectores. Este punto de vista habilita, al menos, dos derivaciones dentro del Pensamiento Nacional. La primera, es el respeto por la soberanía de las naciones. Cada comunidad tiene derecho a organizar su régimen político propio y a tener un Estado e instituciones de acuerdo a su cultura y a su ser nacional. Además y tema importante, el Pensamiento Nacional repudia el racismo y las posibles agresiones de una Nación a otra, por considerar que violan los derechos de los diferentes pueblos a ser y existir libremente.  El Pensamiento Nacional reconoce las diversidades nacionales y no postula la supremacía de una sobre otra, sino que impulsa la formación de un sistema internacional pluriversal, organizado sobre relaciones pacíficas y armónicas, sin imposiciones ideológicas. Uno de los pensadores que trabajó el tema es Juan José Hernandez Arregui. Este filósofo postuló que el nacionalismo sudamericano es defensivo y soberanista, en la medida que brega por el derecho a la autodeterminación de su comunidad y carece de proyecciones imperialistas y expansivas sobre los otros territorios, pueblos y Estados. 

La Nación moderna se organiza políticamente a partir de un gobierno soberano que puede adquirir diversas formas y modalidades. También incluye un Estado cuyos alcances y funciones van a variar atendiendo la cultura y el ser nacional y los límites y posibilidades de la Nación frente al orden mundial y a los distintos grupos de poder. La pregunta sobre el ser nacional y su relación con la política, las instituciones y la cultura atraviesan la obra de los pensadores que integran la corriente. Un caso paradigmático es el de Juan José Hernandez Arregui, cuyos libros se titulan Qué es el ser nacional o La Formación de la Conciencia Nacional. Otros pensadores nacionales se dedicaron a estudiar la formación del Estado y  las particulares de los distintos regímenes políticos nacionales como son los casos de Arturo Sampay o de Ernesto Palacio.   

La Nación se desarrolla a partir de los valores y mandatos culturales compartidos por una población y refundados permanentemente por instituciones, costumbres y prácticas.

Las identidades nacionales son producto de las tradiciones históricas de las generaciones anteriores. La Nación recibe y se moldea a partir del mandato cultural de los diversos grupos que la integran. Dentro de los pensadores nacionales más destacados, varios se abocaron al tema de la historia política y cultural, como es el caso de José María Rosa, Jorge Abelardo Ramos o de Arturo Jauretche. Asimismo, Rodolfo Kusch es un analista agudo de los aportes étnicos precolombinos a nuestra cultura nacional. 

Jauretche remarcó la importancia del estudio revisionista de la historia, ya que ella formó parte de una política de la historia cuya finalidad fue moldear la identidad y la práctica del presente y con ello condicionar el futuro. El debate sobre la historia y la construcción de las identidades nacionales recorre la obra de distintos pensadores nacionales como es el caso de José María Rosa, Juan José Hernández Arregui, Fermín Chávez, Eduardo Astesano, Norberto Galasso o Alcira Argumedo.

Además de una historia y de un pasado compartidos, la Nación supone un proyecto futuro, un anhelo de vida, una “Unidad de destino” colectivo que se propone afirmar la autodeterminación del ser. La Nación es por eso una misión y un mandato para cada generación que es interpelada a construir el destino y el futuro de una comunidad.

 

La Nación: cultura y solidaridad social

El pueblo se integra y se mantiene unido en una Nación a partir de la cultura a la que definimos como el conjunto de bienes materiales y simbólicos que dan identidad y marcos para pensar, sentir, juzgar y actuar a las personas. La cultura moldea una conciencia, una forma de ver y de interpretar las relaciones individuales y colectivas, forma una ética personal y colectiva de ser en el mundo.

Entre los elementos centrales de una cultura, no se puede dejar de mencionar al idioma, al sistema de valores étnicos, las religiones, los valores artísticos, familiares y al legado del pasado que ya comentamos. Al estudiar la vida y obra de José Hernández, se puede apreciar la importancia que le otorgó al lenguaje popular y a las tradiciones y formas de vida del gaucho a las que caracterizó como pilares del ser nacional.  Arturo Jauretche dedicó varios libros al estudio de la cultura y sus expresiones literarias, periodísticas y académicas. Guillermo Furlong publicó la obra sobre la cultura hispánica en la época virreinal y sus continuidades más importante del país. Fermín Chávez estudió el tema en Civilización y barbarie en la historia de la cultura argentina y en diversos textos.

La cultura nacional contribuye a forjar el principio de solidaridad social, pilar fundamental de la unidad de un pueblo. Esta solidaridad social se expresa en las aglutinaciones de la familia, de la vida en el barrio y  en la comunidad. En situaciones excepcionales como catástrofes o guerras, la importancia del principio de solidaridad social –o su inexistencia– aparece más marcadamente. 

 

La Nación y la base económica de subsistencia

Para ser y existir, el pueblo requiere además de territorio, cultura compartida, solidaridad social y de organización política, de una base económica de subsistencia. Las naciones son unidades productivas de capital y trabajo y se integran a un orden mundial económico mundial con el cual interactúan, intercambian bienes y servicios y también compiten.

La base económica es el principio central para garantizar la subsistencia humana y las necesidades vitales de un pueblo. Las Naciones funcionan como comunidades de trabajo, siendo el trabajo el gran integrador social. Además, el desarrollo económico construye el poder político y militar de las naciones sin el cual es difícil forjar su soberanía.  Es a partir de acá, que el Pensamiento Nacional hace una defensa de la producción y del empleo. La independencia económica es caracterizada como base de la soberanía política nacional en varios autores. Juan José Hernandez Arregui relacionó directamente nacionalismo e industria y postuló que en el siglo XX la soberanía está directamente ligada a la independencia económica. José María Rosa publicó un libro que tituló, directamente, Defensa y pérdida de nuestra soberanía económica. Eduardo Astesano elaboró un estudio sobre las reformas económicas sobre las cuales se apoyó la guerra de la Independencia. 

Raúl Scalabrini Ortiz analizó en perspectiva nacional el funcionamiento del transporte, del Banco Central y del conjunto de los Servicios Públicos. Jauretche publicó un libro de economía titulado El Plan Presbich y el retorno al coloniaje. El militar Enrique Mosconi consideró la administración del petróleo como un pilar estratégico de la soberanía nacional. Oscar Varsavsky estudió la ciencia y la tecnología, ya que son la base del desarrollo productivo y de la soberanía de un Estado. Ana Jaramillo desarrolló diversos trabajos sobre la función de la universidad para la construcción de la soberanía tecnológica y cultural nacional.

 

El Pensamiento Nacional y lo popular

Los pensadores que integran esta corriente comparten un denominador común y es su compromiso por lo popular. 

Por un lado, estos intelectuales documentaron el protagonismo popular en las grandes transformaciones de nuestro continente. José María Rosa documentó la intervención popular  del pueblo en la Independencia. Rodolfo Ortega Peña y Norberto Galasso publicaron  varios trabajos sobre los caudillos políticos y sus vínculos con los estratos populares.  Jauretche, Scalabrini Ortiz, Alberto Buela o Hernández Arregui, entre otros, estudiaron los aportes culturales, políticos y económicos de las clases populares, pilares de la soberanía y del nacionalismo contemporáneo.

Por otro lado, es preciso mencionar a algunos de los grandes exponentes de la cultura popular de nuestro país como es el caso de Enrique Santos Discépolo, José Hernández, Homero Manzi, Aníbal Troilo o Roberto Arlt. Estos artistas populares fueron forjadores de conceptos artísticos y sociales fundamentales de la cultura nacional. 

Como ya mencionamos, el Pensamiento Nacional reconoce y destaca los aportes de las diversas tradiciones étnico culturales populares y repudia el racismo en todas sus formas. En este aspecto, son fundamentales los trabajos de Rodolfo Kusch, Fermín Chávez, Eduardo Astesano, Alcira Argumedo y Arturo Jauretche.    

 

El Pensamiento Nacional: las naciones semi-coloniales y la colonización cultural

La mayoría de los países de América Latina celebraron el Bicentenario de sus Independencias. La Argentina se independizó de España en 1816, Chile en 1818, Bolivia en 1825, y Brasil cortó sus lazos con Portugal en 1822.

Ahora bien, diversos autores afirman que los países de América Latina obtuvieron su independencia política pero no pudieron emanciparse en el terreno económico, cultural y social. Jorge Abelardo Ramos desarrolló esta hipótesis en Historia de la Nación Latinoamericana.

En 1824 tuvo lugar la Batalla de Ayacucho (Perú) donde el ejército independentista derrota de manera definitiva a los realistas y se asegura la emancipación de todos los pueblos latinoamericanos. Sin embargo, en el mismo año de la victoria de Ayacucho, la Argentina toma su primer empréstito con la Casa Baring Brothers de Londres dando inicio a la recurrente y compleja historia de la deuda externa y dependencia de nuestro país. El tema fue analizado por José María Rosa en la obra Rivadavia y el imperialismo financiero.

¿Qué podemos desprender de este ejemplo? Prácticamente, al mismo tiempo en que se asegura su independencia política la Argentina queda atada bajo una profunda dependencia económica. Historiadores como José María Rosa, Norberto Galasso, Ernesto Palacio o Vicente Sierra señalaron que la Argentina, en unos pocos años, pasó de ser colonia española a formarse en una semi-colonia dependiente de Inglaterra.

¿Qué es una semi-colonia? Son Naciones que cuentan con todos los atributos aparentes de la soberanía (gobierno, himnos, banderas, escudos, ejércitos, fronteras, etc.) pero que, al no controlar su economía, ven condicionada y debilitada dicha soberanía. Un país fuertemente endeudado difícilmente puede diseñar su política económica y se ve sujeto a los dictámenes de los organismos financieros internacionales.

Podemos preguntarnos por qué la Argentina luego de la independencia se convirtió en una semi-colonia y no siguió los pasos de países ocupados militarmente en Asia y África. Si recorremos nuestra historia, veremos que una y otra vez los británicos intentaron invadir a nuestro país pero, al fracasar por esa vía, se aseguraron el dominio a través de la economía y de la cultura.

Es útil recordar que en 1806, 1807, y 1845 Gran Bretaña invadió militarmente a la actual Argentina y en todos los casos fue vencida. La única invasión exitosa para los británicos en nuestro suelo se produjo en 1833 al ocupar de manera ilegítima las Islas Malvinas e islas del Atlántico Sur. Las sucesivas derrotas convencieron a los británicos que la invasión armada al Río de la Plata era una empresa arriesgada y poco fructífera. Sin embargo, el éxito que no obtuvieron sus generales sería alcanzado con creces por sus comerciantes, banqueros, ingenieros y prestamistas. La dominación británica en la Argentina fue investigada por el escritor Raúl Scalabrini Ortiz y por otros autores como los hermanos Julio y Rodolfo Irazusta.  

Antes de continuar con la explicación, veamos este mapa económico de la Argentina a cien años de obtenida su independencia política.




 Si observamos con detenimiento el mapa, podremos ver que las áreas más importantes de la economía argentina del siglo XIX se encontraban en manos del capital extranjero. Los británicos controlaban los ferrocarriles, las líneas marítimas, la riqueza forestal, la minería, el gas, los teléfonos, los tranvías, los frigoríficos y gran parte del capital bancario.

Esto nos conduce a hacernos algunas preguntas: ¿cuán efectiva es la soberanía política de un país si no es acompañada por el control de sus recursos naturales, su red de transportes y sus capitales?, ¿por qué nuestro país resistió exitosamente las invasiones militares pero fue tan permeable a la dominación económica y cultural?

Para responder esto debemos hablar de la colonización pedagógica, un concepto central para el Pensamiento Nacional que nos permitirá comenzar a discutir acerca de la cultura en América Latina.

Leamos a continuación unas palabras de Arturo Jauretche:

 “Hay dos modos de dominar un país: en las colonias directas, la encargada de persuadir a los colonos de las conveniencias del Imperio es la artillería. Pero en las semicolonias, con apariencia de independencia política, la persuasión se hace pedagógicamente, dominando los instrumentos de formación de la inteligencia. La instrumentación cultural se encarga de que el país se venga zonzo. (…) De aquí es que suele suceder que los que andan con los libros no entienden los intereses del país y solo los entienden los que llevan alpargatas, en lugar de libros. Estos saben poco, pero llevan la ventaja de no saber lo que enseñan los colonizadores. Y no saber, cuando el saber es tontería, es sabiduría” (Arturo Jauretche, 1967).

 

¿Qué nos quiere decir Jauretche con esto? Analicémoslo detenidamente. Jauretche nos explica que en los países semi-coloniales (aquellos que poseen soberanía política formal pero carecen de independencia económica) la dominación imperialista no se lleva a cabo mediante costosas e inseguras incursiones militares sino por la vía sigilosa e incruenta de la colonización pedagógica que deforma la cultura de los países dominados.

La invasión militar de un territorio suele ocasionar un hondo rechazo hacia el invasor y acrecentar la conciencia nacional de los nativos que velan por la defensa de su suelo. Por el contrario, la dominación a través de la cultura genera en parte de la población dominada, en especial su élite intelectual (Jauretche la llama intelligentzia), el encandilamiento ante la cultura del país dominante a la que conciben como sinónimo de civilización y progreso, y la consecuente repulsión por la cultura local a la que se cataloga de bárbara y atrasada. Como verán, comienzan a aparecer algunas categorías como civilización, progreso, barbarie y atraso, que no son neutrales ni científicas sino que tienen un notorio contenido político.

Jauretche nos muestra en qué medida la colonización pedagógica se expande por todos los ámbitos de la cultura de un país dependiente. En la literatura, en la pintura, en el cine, en la historia, en la economía, en la filosofía, en el Derecho y en las ideas políticas se forja un pensar subordinado a los países centrales.

Pongamos un ejemplo de colonización pedagógica en el terreno de la geografía y de paso vayamos pensando otros para los demás ámbitos. Comparemos estos dos mapas de la Argentina.




El mapa que se encuentra a la izquierda es el que más conocemos, es el que usamos muchas veces para las clases de geografía de la escuela, y el que habremos visto colgado en las paredes de las aulas. En este mapa el sector antártico argentino no se representa en su real dimensión sino que aparece en un cuadrante inferior y de manera marginal. En este mapa el centro del país está situado en Buenos Aires y la región de la pampa húmeda.

El mapa de la derecha es el de la Argentina bicontinental. Allí, el centro del territorio se desplaza hacia la provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur, por lo que se aprecia la importancia estratégica del reclamo por la soberanía de nuestras Islas Malvinas ocupadas por Gran Bretaña.

En 2010, por medio de la Ley 26.651, el Senado de la Nación Argentina estableció el uso obligatorio del mapa bicontinental en todos los niveles del sistema educativo argentino.  Esto representa un claro ejemplo de colonización cultural en la manera en que observamos el territorio nacional.

Profundicemos el tema de la colonización en la geografía guiados por Arturo Jauretche con otro ejemplo práctico. En una conferencia que brindó en la Universidad Nacional del Sur, Jauretche invitó al público a imaginar un planisferio y a ubicar dentro de él a la Argentina. Minutos después, Jauretche señaló que muy probablemente todos habían imaginado a nuestro país abajo y a la izquierda del mapa. Ahora bien, ¿qué nos muestra esto?:

 “Estamos acostumbrados a ubicarnos en un suburbio del mundo. (…) Simplemente porque los planos, los mapas y los planisferios han sido ideados en el hemisferio norte. (…) Sin embargo hay una excepción; en los planisferios norteamericanos a diferencia de los planisferios europeos, América está colocada en el centro y no en una orilla del planisferio, de modo que Europa está hacia oriente y lo que llamamos oriente viene a quedar para el lado de occidente. (…) La concepción del mundo forma parte de los procesos culturales. Bueno, me dirán ustedes, ¿qué importancia tiene esto? Es muy importante. Como reflejo de una condición de nuestro pensamiento que es no pensar los acontecimientos en función de nosotros mismos sino como reflejo de otros” (Jauretche, 1975).

 

Jauretche nos invita a pensar lo universal desde nuestra propia realidad. Por todo lo dicho, entendemos por Pensamiento Nacional a una matriz de conocimiento autónoma orientada a descolonizar todos los ámbitos de nuestra cultura que han sido desfigurados por el Pensamiento neocolonial o colonización pedagógica. Es determinante tener en cuenta que el Pensamiento Nacional busca poner en valor la cultura nacional y popular, tantas veces relegada en los ámbitos académicos.

El Pensamiento Nacional en modo alguno desprecia la cultura de otros países, tan sólo jerarquiza la propia y piensa el mundo desde acá hacia afuera y no desde afuera hacia acá. Como sostiene el historiador Norberto Galasso, resulta igual de grave cerrarse completamente a las ideas y experiencias producidas en otras partes del mundo, como rendirse ante ellas colonialmente.

 

América Latina, ¿una Nación inconclusa?

 Para esta corriente, América Latina contiene los elementos para la formación de una gran Nación unificada.

Primero, tenemos una historia en común y las soberanías modernas de los Estados nacionales fueron resultado de la desestructuración de las antiguas grandes unidades continentales hispánicas. Del antiguo Virreinato del Río de la Plata se desprendieron cuatro actuales países: Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia. El Virreinato de Nueva Granada se fragmentó en lo que hoy conocemos como Colombia, Venezuela, Ecuador, Panamá y Guayana. El Virreinato de Nueva España se extendía por todo el actual México, Centroamérica, el Caribe, incluyendo también territorios que Estados Unidos se apropió en la década de 1840 por medio de una guerra contra México (California, Texas, Arizona, etc.). ¡Y el territorio de la actual Miami pertenecía a Cuba!

Por otro lado, es importante remarcar que el continente comparte una lucha por la liberación conjunta, diversas tradiciones, lenguaje –exceptuando a Brasil y Haití– y que la religión católica es la mayoritaria. Esto es muy diferente, por ejemplo, al Continente africano compuesto por diversidades étnicas dentro de una Nación, muchas veces violentamente enfrentadas. También es diferente a Europa, continente con una gran diversidad lingüística y cultural que los condujo a ciclos de enfrentamientos y guerras entre países. Es bueno destacar, que pese a la diversidad y a atravesar terribles guerras durante siglos, el continente europeo alcanzó acuerdos políticos de regionalización importantes. Dentro del Pensamiento Nacional son varios los autores que analizaron este proceso de formación cultural caracterizado por el mestizaje y que tiene elementos comunes en todo el continente sudamericano.  No podemos dejar de mencionar a Amelia Podetti, a José Vasconcelos y la categoría de Raza Cósmica, a Hernández Arregui, a Manuel Ugarte o a la noción de Patria Grande de Jauretche. 

Nuestros países comparten  muchos de los problemas políticos, económicos y sociales. La conformación del modelo económico orientado “hacia afuera” no es un atributo exclusivo de la Argentina, sino que es el denominador común en toda América Latina. Uruguay exportaba carnes y cereales, Brasil café, Chile cobre, Paraguay tabaco, Bolivia estaño, Perú algodón y petróleo, Ecuador cacao, Colombia café, Venezuela petróleo y café, los países centroamericanos frutas tropicales y México minerales. Todos ellos fueron por mucho tiempo países monoproductores y su desarrollo industrial autónomo es ahogado por las importaciones. En estos países, además, se consolida una oligarquía agraria o minera que actúa como representante local del capital extranjero.

¿Qué queremos señalar con esto? Es nuestra intención explicar que las fronteras que actualmente conocemos no son “naturales” sino que son el resultado de un proceso histórico de fractura incesante del territorio latinoamericano.


En línea con lo que estamos explicando, el político e historiador Jorge Abelardo Ramos afirma que “somos un país porque no pudimos ser una Nación y somos argentinos porque fracasamos en ser latinoamericanos”. En otro de sus libros, Ramos plantea que “América Latina no se encuentra dividida porque es subdesarrollada, sino que es subdesarrollada porque está dividida”.

 

 

 

Es relevante señalar que los Libertadores latinoamericanos promovieron la independencia política pero conservando la unidad del territorio. El General San Martín decía: Los americanos de las Provincias Unidas no han tenido otro objeto en su Revolución que la emancipación del mando de hierro español y pertenecer a una unión”.

Simón Bolívar afirmaba: Una sola debe ser la Patria para todos los americanos, ya que en todo hemos tenido perfecta unidad”.

José Gervasio Artigas sostenía: Nosotros no debemos tener en vista lo que podemos respectivamente, sino lo que podrán todos los pueblos reunidos porque adonde quiera que se presenten los peninsulares será a todos los americanos a quienes tendrán que enfrentar”.

Como podemos observar, San Martín, Bolívar o Artigas no se pensaban meramente como argentinos, venezolanos o uruguayos. Todos ellos se reconocían como integrantes de una patria superior a la que el escritor Manuel Ugarte denominó Patria Grande.

Por lo tanto, hagámonos esta pregunta, ¿nuestros países son naciones desconectadas entre o podemos pensarlos como provincias de una Nación más grande, la Nación Latinoamericana?

Uno de los grandes desafíos del Pensamiento Nacional es el de contribuir a la formación de una conciencia latinoamericana común. Esto no implica renunciar a nuestra identidad como argentinos, uruguayos, colombianos, nicaragüenses, hondureños o chilenos. Por el contrario, además de nuestras identidades incuestionables, el Pensamiento Nacional propone pensarnos como hispanoamericanos en la misma senda recorrida por los Libertadores.

 

Bibliografía orientadora

Libros que aportan categorías para definir Pensamiento Nacional

ARGUMEDO, Alcira (1993) Los silencios y las voces en América Latina, Ediciones del Pensamiento Nacional, Buenos Aires.

BUELA, Alberto (2024) Filosofía argentina, una versión disidente, Docencia, Buenos Aires.

CHAVEZ, Fermín (2012) Epistemología para la periferia, EDUNLa, Buenos Aires.

JARAMILLO, Ana (2014) La descolonización cultural. Un modelo de sustitución de importación de ideas, EDUNLA, Buenos Aires.

JAURETCHE, Arturo (2015) Los profetas del odio y la Yapa, Corregidor, Buenos Aires.

HERNÁNDEZ ARREGUI, J. J. (2021) La Formación de la conciencia nacional, Ediciones del pensamiento nacional, Buenos Aires.

OPORTO, Mario (2011) De Moreno a Perón, Pensamiento Argentino de la unidad latinoamericana, Planeta, Buenos Aires.

PESTANHA, Francisco; BONFORTI, Emmanuel (2014) Introducción al Pensamiento Nacional, EDUNLa, Buenos Aires.

RECALDE, Aritz (2012) Pensamiento Nacional y cultura, Buenos Aires, Nuevos Tiempos.

Referencias bibliográficas

CHÁVEZ, Fermín (1974) Civilización y barbarie en la historia de la cultura argentina, Buenos Aires, Theoría.

GALASSO, Norberto (coordinador) (2005), Los malditos. Hombres y mujeres excluidos de la historia oficial de los argentinos, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Asociación Madres de Plaza de Mayo, T. II.

JARAMILLO, Ana (2012) La dominación cultural y el colonialismo pedagógico en la universidad en: O’Donnell (ed), La otra historia. El revisionismo nacional, popular y federalista, Buenos Aires, Ariel, 2012.

JAURETCHE (1974) Arturo, Manual de zonceras argentinas, Buenos Aires, Peña Lillo, (séptima edición corregida y aumentada).

RAMOS, Jorge Abelardo (1954), Crisis y resurrección de la literatura argentina, Buenos Aires, Indoamérica.

(1957) Revolución y contrarrevolución en la Argentina. Las masas en nuestra historia, Buenos Aires, Amerindia.

(2012)  Historia de la Nación Latinoamericana, Buenos Aires, Continente.

ROSA, José María (2012) Estudios revisionistas, Rosario, Fundación Ross.

SCALABRINI ORTIZ (1940), Raúl, Historia de los ferrocarriles argentinos, Buenos Aires, Reconquista.

UGARTE, Manuel (1924) La Patria Grande, Berlín-Madrid, Editora Internacional.



[1] El presente escrito fue elaborado como material introductoria para el seminario de Pensamiento Nacional Latinoamericano, dependiente del Vicerrectorado de la Universidad Nacional de Lanús.

[2] Existe un debate sobre cómo denominar a nuestro continente y por ejemplo podríamos mencionar, entre otros usos, los conceptos de Latinoamérica, Sudamérica, Panamérica, Indoamérica, América Mestiza, América Española, Hispanoamérica o Iberoamérica.  El filósofo Alberto Buela analizó críticamente el uso de las palabras Latinoamérica y América Latina remarcando que la denominación proviene de intelectuales y políticos franceses y es una traducción de “Amerique Latine.” Ésta última denominación la impulsaron Luis Napoleón y el Emperador Maximiliano como parte de su intento de ocupar nuestro Continente. Mencionar el componente “latino” suponía incluir en la colonización imperial a franceses y a italianos. La categoría Panámerica fue impuesta por EUA. Iberoamérica, es una definición con un componente geográfico y tiene como particularidad positiva que incluye a Brasil.  Sin desconocer el planteo de Buela y por un tema de simplificación y de usos y costumbres, en el seminario vamos a mantener la noción de América Latina y de pensamiento Latinoamericano.

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