Aritz Recalde[1],
marzo de 2019
“Las clases dominantes
argentinas durante mucho tiempo no solo fueron instrumento material del capital
extranjero (…) además del dominio económico había un dominio intelectual. No
sólo se los dominaba por medio de la economía, se les creaba una mentalidad
típica de indefensión, una mentalidad de entrega”. J.
W. Cooke
“La clase dirigente
entregó todo al extranjero, todo cuanto éste exigió, desde el manejo de la
moneda y el crédito, hasta el monopolio de los transportes (…) extranjeros eran
los ferrocarriles, los teléfonos, el gas, los frigoríficos trustificados que controlaban
las exportaciones de carnes, las empresas de comercialización de cosechas, los
tranvías, ómnibus y subterráneos”. J.
W. Cooke
John
William Cooke (1919-1968) es uno de los dirigentes políticos más destacados del
justicialismo. Entre sus diversos roles alcanzó el cargo de Diputado Nacional y
se desempeñó como el primer delegado de Juan Perón luego de iniciada la
dictadura del año 1955. En su activa trayectoria vinculó las identidades del
radicalismo, del peronismo y de la izquierda latinoamericana.
Se
destacó además, por ser un agudo analista y un teórico del proceso histórico
del cual fue protagonista. Entre sus aportes conceptuales más destacados deben
mencionarse su noción del nacionalismo industrialista y la explicación del
factor imperialista como el centro fundamental de las relaciones
internacionales.
A
lo largo del presente artículo, vamos a describir de manera sucinta algunos de
sus conceptos fundamentales sobre el funcionamiento de la economía de la Argentina.
La historia de la
dependencia económica argentina
“La dependencia
económica aseguró la esclavitud mental”.
J. W. Cooke
En
su trabajo “Apuntes para la militancia”
Cooke realizó un breve análisis sobre la historia de la Argentina. Allí descrió la existencia de dos grandes
tendencias políticas, sociales, culturales y económicas enfrentadas. Por un
lado, se desenvolvió un proyecto
orientado al desarrollo soberano, productivista y de carácter federal; por el
otro, avanzó el programa económico de sumisión al mandato del capitalismo británico
y de inserción dependiente del país al mercado mundial.
Cooke
detalló que en el siglo XIX el grupo unitario porteño fue la polea de
transmisión del proyecto foráneo y le “concedió a Inglaterra la franquicia para que
sus barcos navegasen nuestros ríos, a cambio del derecho espectral de que los
barcos que no teníamos navegasen por el Támesis”. Bernardino Rivadavia
continuó estas acciones y pactó un préstamo con la Baring Brothers inglesa,
entregó las minas de la Fátima en la Rioja -a un consorcio europeo del cual el
mismo era miembro- y fundó el Banco de Descuentos controlado por comerciantes
británicos. Esta corriente política impidió el desarrollo de las artesanías del
interior del país arruinando a la “provincias
mediterráneas”. La economía aperturista frenó el desenvolvimiento
industrial y desató los sangrientos enfrentamientos entre los representantes de
las provincias y el gobierno de Buenos Aires. En óptica de Cooke, el unitarismo
porteño descuidó las Guerras de la Independencia, permitió la escisión de la
Banda Oriental y fue un acelerador del desmembramiento del Alto Perú y del
Paraguay.
La
contracara del programa unitario lo encarnaron los caudillos federales. Cooke
caracterizó de forma positiva a Juan Manuel de Rosas, quién forjó un pacto
político entre Buenos Aires y el interior tendiente a detener al colonialismo
europeo. La Ley de Aduanas del año 1835 protegía la industria artesanal existente
en las provincias y sentó las bases para la organización de la Nación sobre
principios federales. Como resultado de esa promoción, se desenvolvió una “industria capitalista independiente del
sistema del comercio de Inglaterra” con la cría de ganado, los saladeros y
la flota de barcos bonaerenses.
Cooke
destacó el hecho de que en el Río de La Plata la búsqueda de soberanía política
nacional, adquirió la dinámica de lucha económica y de disputa militar. El
Imperio británico intentó desandar el proyecto productivo proteccionista con la
guerra de 1845 siendo derrotado por la Confederación y recién pudo aplicar su
agenda de gobierno luego de la Batalla de Caseros de 1852.
Cooke
cuestionó a Justo José de Urquiza por su
decisión de incorporar al nuestro país al proceso económico mundial como “complemento del capitalismo inglés”.
Caracterizó críticamente las políticas del liberalismo aperturista y el hecho
de que los ríos protegidos en la Batalla de la Vuelta de Obligado “pasan a ser vías internacionales por
prescripción institucional: no la prosperidad sino la miseria navegará por
ellos”.
Cooke
consideró que el programa de desarrollo nacional autónomo desarticulado por las
oligarquías y por los ingleses, fue retomado recién por Hipólito Yrigoyen quién
había tenido entre sus méritos “el de
cumplir su promesa de no enajenar ninguna parte de la riqueza publica ni ceder
el dominio del Estado sobre ella”.
En particular, Cooke le reconoce al dirigente de la UCR el apoyo que le
otorgó a YPF y las tentativas, fracasadas, de fundar el Banco Agrícola y el
Banco del Estado. Puntualizó que “dentro
de su política económica nacionalista hay fallas fundamentales tal como la de
haber desamparado a la industria que creció durante la guerra, indefensa luego
ante la competencia extranjera, la cual fue consecuencia de la mentalidad
agrarista de la que no se evadió ni el radicalismo ni su jefe”.
Luego
de ser derrotados Juan Manuel de Rosas e Hipólito Yrigoyen, se impuso un orden
económico e ideológico neocolonial y en palabras de Cooke “el imperialismo es tanto un hecho técnico-económico como cultural”. Las
clases dirigentes locales asumieron el liberalismo propio de las burguesías de
las Naciones adelantadas y “eran las
consignas del desastre para un país que se hallaba en estadios inferiores de
desarrollo; su trasplante servil nos dejó a merced del extranjero y nos deparó
un siglo de economía deformada”.
Cooke
sostiene que le correspondió al Justicialismo refundar económicamente al país
sobre los principios industrialistas, soberanos y populares. Sus ideas quedaron
expresadas, centralmente, en sus intervenciones en el recinto de la Cámara de
Diputados. En el año 1964 Cooke destacó que el Justicialismo de 1946 a 1955
impulsó una “política nacionalista en su
más estricto sentido, cosa que, por otra parte, fue fijada por nuestro bloque.
Personalmente lo hice en debates tales como el de la nacionalización del Banco
central, el de la nacionalización de los depósitos bancarios, cuando se creó la
Secretaría de Transporte, cuando se liquidó la Corporación de Transporte de
Buenos Aires, etc. (…) algún rotativo que sirve al imperialismo aludía a mis
discursos diciendo “ha pronunciado un nuevo ritornelo antiimperialista”. Ese
fue el sentido de nuestra actuación”.
La planificación Estatal
Justicialista del Primer Plan Quinquenal
“Ningún partido podrá
ya gravitar en el escenario nacional sino está imbuido de nacionalismo en
materia económica”. J. W. Cooke
El
Gobierno Justicialista implementó un programa de desarrollo nacionalista e
industrialista caracterizado por la intervención y la planificación del Estado.
La Revolución formuló el Primer Plan Quinquenal (1947-1951) que fue presentado por
Juan Perón en el Congreso el día 21 de octubre de 1946. La propuesta incluyó más
de 25 Proyectos de Leyes sobre aspectos estructurales de Política, Salud
Pública, Educación, Cultura, Justicia, Defensa Nacional, Población, Obra
Social, Energía, Transportes, Producción, Comercio Exterior y Finanzas.
En
ese contexto Perón denunció la condición de dependencia extranjera que padecía la
economía argentina. Mencionó que “quienes
se sentaban en el honroso sillón de Rivadavia tenían el gobierno político de La
Nación, pero no el gobierno económico ni el gobierno social del país. La
economía ha sido en gran parte manejada desde el exterior por intermedio de los
grandes consorcios capitalistas del país (...) En 1810 fuimos libres
políticamente. Ahora anhelamos ser económicamente independientes. Vasallaje por
vasallaje, no sé cuál sería peor”.
Sobre
la institución argentina reguladora de la política monetaria Perón expresó “¿Qué era el Banco Central? Un organismo al
servicio absoluto de los intereses de la banca particular internacional.
Manejaba y controlaba los cambios y el crédito bancario y decidía la política
monetaria de la Nación con total indiferencia respecto de la política económica
que la Nación debía desarrollar para la promoción de su riqueza”.
El
Presidente caracterizó a los bancos privados como parte de la estructura de la
dependencia, ya que eran controlados por “monopolios” que manipulaban el ahorro
del país desconociendo los intereses de la producción y del trabajo argentino. Cuestionó
el hecho de que el comercio interior y exterior era controlado por grandes
grupos económicos. En ese sombrío panorama Perón se preguntó “¿quién ha de organizar la riqueza? ¿los
monopolios?. Se habla de economía dirigida. Y yo pregunto ¿dónde la economía es
libre?. Cuando no la dirige el Estado, la dirigen los monopolios”.
Sobre
la base de este diagnóstico y teniendo en cuenta los informes y lineamientos
técnicos elaborados por el Consejo Nacional de Posguerra, el Justicialismo
nacionalizó el Banco Central, los depósitos bancarios, el comercio exterior
(IAPI), los servicios públicos y buena parte de los recursos naturales.
Cooke
compartía las opiniones de Perón y apoyó la planificación económica que
implementó el Justicialismo y fundamentó su posición doctrinaria en la
existencia del factor imperialista mundial. El diputado remarcó el hecho de que
los países centrales y las grandes empresas multinacionales estaban luchando
permanentemente entre ellas con la finalidad de apropiarse de la riqueza de sus
competidores. Mencionó en el recinto el día 27 de marzo de 1947 que “Desde el punto de vista económico no existe
la paz (…) las economías guerrean entre sí”. En este contexto, el Plan
Quinquenal tenía como meta fundamental “evitar
los efectos de las crisis o de hipotéticos estados de guerra en nuestro país,
tiene por objeto favorecer a todos los sectores de la población incrementando
sus niveles de vida, y procurar la expansión económica de nuestro potencial.
El programa de desarrollo de la Revolución Justicialista hacía realidad su
certeza acerca de que “La planificación
es la única perspectiva que le queda a la democracia para salvarse”.
Cooke
propugnó la intervención activa del gobierno en la economía y propuso regular
las aduanas, reorganizar impuestos y nacionalizar recursos naturales y servicios
públicos. Con esa meta, el Estado tenía que adoptar una renovada y protagónica
capacidad de decisión sin por eso reproducir el modelo comunista. En sus
palabras “hay que hacer una planificación
en el verdadero concepto y sentido en que puede hacerse una planificación en la
República Argentina, es decir, hay que hacer lo que Karl Mannheim llamó una
planificación para la libertad y no una planificación para la servidumbre; no
una planificación totalitaria, sino una planificación congruente con nuestro
sistema constitucional que, al mismo tiempo que asegure las elementales
garantías individuales, no permita que esas mismas garantías se vean
perturbadas por el desarrollo desmesurado del poder financiero”.
[1] Capítulo del libro John
William Cooke, ecos de un Pensamiento, compilado por Cristian Gaude y
editado por la UNGS en majo de 2020.
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