Aritz Recalde, julio 2025
Ser
o no ser Nación, esa es la cuestión
El tiempo actual nos enfrenta a todos los argentinos a un
dilema crucial: o avanzamos en la formulación y en la ejecución de un nuevo
proyecto de desarrollo nacional o sumergimos definitivamente al país en la
degradante condición de semicolonia que estamos transitando. Como nunca antes
en la historia argentina, corremos el riesgo cierto y posible de dejar de ser
una Nación soberana, para conformarnos, definitivamente, como un mercado
desigual y un Estado dependiente con un pueblo pobre y humillado.
De no revertir el proceso de decadencia política,
cultural y social iniciado vertiginosamente desde la muerte de Juan Domingo
Perón, la República Argentina se convertirá:
- en un país sin industria y sin tecnología cuyo rol en
el mundo es el de ser un mercado para la ubicación de excedentes comerciales de
las potencias, un reservorio de materias primas y un casino financiero;
- en la sede de un pueblo mayoritariamente empobrecido y
marginalizado, informal en lo laboral e institucional y atravesado por una
violenta y cruel lucha entre hermanos;
- en una comunidad sin identidad nacional, sin valores propios,
emocionalmente inestable y que oficiará como laboratorio ideológico tendiente a
que nos impongan las cosmovisión de las potencias y corporaciones extranjeras.
Un país que no controla su economía, que no tiene
identidad y que no logra el bienestar social de su pueblo, no puede ser
considerado una Nación soberana, sino más bien una semicolonia que designa a una
clase política que maneja el gobierno pero que no controla el poder y menos aún
puede intervenir en la construcción del destino de la comunidad.
Es
momento de forjar una amplia unidad nacional de todos los argentinos honestos que
trabajan
La unidad nacional
La dispersión partidaria entre las provincias y la falta
de consensos básicos para la organización nacional entre la dirigencia es alarmante.
El drama actual del país no lo puede
resolver ningún partido político en soledad, ningún sector social y menos aún
alguna corriente de pensamiento en particular.
Tenemos que tener en claro que las viejas ideologías no
permiten la identificación de los problemas y menos aún de las soluciones
nacionales que requiere el presente. Las ideologías occidentales “derecha,
izquierda, progresismo y liberalismo” no permiten comprender en profundidad lo
qué ocurre en nuestros países. Lo mismo sucede con las identidades locales “peronismo,
radicalismo y socialismo” y sus derivaciones “alfonsinismo, macrismo y
cristinismo” que suelen estar vacías de norte programático real, que tienen
delegados en expresiones políticas enfrentadas o que en su defecto son nichos
de representación sectoriales.
Para construir una herramienta de transformación y no
meramente un expresión de poder testimonial o de minorías, hay que superar los
marcos de pensamiento importado, las ideologías de la grieta y de la facción
que las elites partidarias y sus medios de comunicación difunden para exacerbar
el odio de la masa buscando obtener beneficios sectoriales.
En la terrible etapa actual de la Argentina, debemos
tener en claro que existe una sola clase de hombres: los que trabajan y los que
producen honestamente contribuyendo en la mejora del país. Cada uno de ellos
tiene su religión y su cultura, su identidad e historia partidaria que tienen
que ser valoradas y respetadas. La tarea de la dirigencia política es la de movilizarlos
en una unidad de destino y no la de dividirlos para ganar una elección.
En la reconstrucción nacional no puede quedar afuera un
solo argentino honesto que tenga vocación de esfuerzo y de trabajo. La línea
divisoria es desarrollo o dependencia, producción o especulación. El único
adversario a derrotar son las corporaciones y agentes que atentan contra
nuestra soberanía, vulnerando los derechos del pueblo.
Debemos contribuir a forjar acuerdos básicos para la
reconstrucción y promover una nueva identidad política movilizadora sin falsas
grietas y que contenga la diversidad de sectores y de tradiciones partidarias y
culturales.
Este país va a salir adelante
trabajando
Tenemos que tener claro que una Nación es una unidad de
trabajo y de producción. Necesitamos un programa político nacionalista para
defender la empresa y el trabajo argentino y sudamericano. Gobernar fue y sigue
siendo generar trabajo.
El trabajo es el gran ordenador social y todos los
argentinos capaces tienen que producir, al menos, lo que consumen ellos y sus
familias. Los subsidios de desempleo y los paliativos sociales tienen que ser
temporales ya que su perpetuación en el tiempo humilla y brutaliza a la persona
que no aporta nada a su comunidad y que no se realiza. Además, el subsidio
eterno ofende a la comunidad que hace el esfuerzo para mantenerlo.
Tenemos que revertir el proceso de las últimas décadas en
la Argentina en el que se destruyeron empresas y se extranjerizaron otras, se concentraron
ramas de actividad y se quitaron incentivos a la producción priorizando una
cultura rentística y financiera.
En este contexto, un sector importante de nuestro pueblo
perdió la cultura del trabajo, del esfuerzo y del mérito. Por si ya no fuera
poco, en la Argentina se puede ser pobre trabajando formalmente y habiendo adquirido
alta calificación. La reconstrucción de la posibilidad de ascenso social en
base al trabajo y al estudio es una causa nacional.
Los únicos privilegiados tienen
que ser los pibes
La extrema desigualdad social existente exacerba los
odios y los resentimientos. Para peor, la educación, la salud y la seguridad
pública hoy no igualan las posibilidades entre los jóvenes, sino que mantienen
e incluso aumentan las diferencias. En la Argentina semicolonial del presente serás
lo que podes pagar y no lo que tu capacidad y esfuerzo te permitan desenvolver.
Esta realidad es demoledora y destruye talentos y
capacidades y corroe la unidad de destino entre las nuevas generaciones. Los
pibes de clase media piensan en irse del país y viven un exilio emocional con
su patria. Muchos pibes de clase baja han perdido el valor de la vida y matan y
mueren en robos o como parte de los soldaditos del tráfico ilegal de
estupefacientes.
El consumo o de droga entre los jóvenes es dramático. Se
vende y se envenena a plena luz del día a generaciones, frente a la complicidad
y el silencio de la política.
En la Argentina los únicos privilegiados tienen que ser
las embarazadas, los bebes, los niños y jóvenes. Este planteo tiene que ser
plataforma electoral e imperativo moral de la dirigencia política y de la
comunidad en su conjunto.
Volver a los temas nacionales
Hace tiempo que la clase política naufraga con agendas
inconducentes de minorías y de modas extranjeras. Poco y nada contribuyeron al
desarrollo argentino y menos aún permitieron elevar la calidad de vida popular
en un país que en cuatro décadas de democracia aumentó la marginalidad y la
desigualdad. Si la dirigencia partidaria no vuelve a la realidad se va a tener
que buscar otro trabajo, ya que un sector importante del electorado les marcó
el boleto.
Tenemos que retomar los valores y la gesta educativa del
liberalismo del siglo XIX. El liberalismo refundó la educación creada en la
época hispánica por la iglesia Católica. La enseñanza pública primaria se
orientó a enseñar a leer y a escribir y a dar pautas de civilidad y de
disciplina para el trabajo. La escuela impuso una cultura nacional a la gran
masa del pueblo criollo e inmigrante. El nivel secundario y universitario se
orientó a formación de las elites. La Escuela Normal fue un instrumento
fundamental para la formación de maestros y para la perpetuación en el tiempo
del sistema. Todo eso se rompió y hace décadas que la escuela pública y la
cultura argentina están en profunda decadencia y que profundizan la
estratificación social y cultural de los pibes que ingresan.
Además de la educación, la elite liberal organizó una
institución militar que integró la nación en el plano territorial, institucional
y político. Asimismo y con la Ley Riccheri, los militares cumplieron tareas
educativas, sanitarias y sociales. La elite militar fue fundamental en la
formulación, la instrumentación y en la estabilidad de los tres grandes
Proyectos Nacionales, el liberal con Julio Roca, el desarrollista con Agustín
Justo y el Nacional popular con Juan Domingo Perón. La terrible dictadura de
1976 distanció radicalmente el mundo militar del desarrollo y desde esa época se
quedaron sin agenda y sin promotores los temas de la planificación industrial, del
interés nacional, de la soberanía, de la geopolítica y de la logística, entre
otros. Hace tiempo que la política se volvió administración de la dependencia.
Debemos recuperar el ideario del programa desarrollista
que hizo de la intervención estatal y de la obra pública un instrumento de
crecimiento e integración de La Nación y un medio de ascenso social del pueblo.
En los años treinta Agustín Justo creó la Dirección Nacional de Vialidad, dinamizó
la industria militar y potenció la inversión en el área de energía. El país se
modernizó y se integró con el plan vial y con la inversión ferroviaria. La
economía se reactivó y se hizo más competitiva con esta inyección de capital y de
trabajo. Bajó paulatinamente el desempleo y se incluyó al obrero al mercado de
consumo. El 17 de octubre de 1945 se movilizaron los trabajadores industriales de
una economía reactivada por la inversión gubernamental de los años treinta y no
fue la mano libre del mercado quién lo permitió. La experiencia de los años
treinta fue central para moldear la inversión en infraestructura y logística de
los gobiernos industrialistas posteriores de Juan Domingo Perón y de Arturo
Frondizi.
Tenemos que trabajar para forjar nuestra personalidad
nacional y ejercerla en el sistema mundo. El interés nacional y regional y la
defensa de la personalidad humana integral deben guiar la política exterior. El
país tiene una historia notable en este sentido y protagonizó grandes actos de
defensa de la soberanía cuando Juan Manuel de Rosas enfrentó a la prepotencia militar
francesa e inglesa, cuando Hipólito Yrigoyen sostuvo el neutralismo en la
primera Guerra Mundial, con la doctrina de Luis M. Drago y con Saavedra Lamas que
hizo de nuestra diplomacia un medio de paz, solamente por citar algunos
ejemplos.
Del Estado caja de la política
a instrumento de realización nacional
La política y la gestión del Estado tienen que ejecutarse
en base a la épica de bien común, de la honestidad, la transparencia y del
patriotismo. El Estado no es un instrumento de casta, de facción o de orga,
sino un medio político de realización nacional y de desenvolvimiento de la
personalidad integral de la comunidad.
Tienen que llegar los mejores y más formados técnicos y
ejecutores al gobierno. Los cargos deben dignificar la función para los que
fueron creados y no ser un mero recurso de beneficio personal o partidaria. En
el proceso de transformación de la Argentina que demanda la hora, no puede
haber lugar para los lobistas de facción, para los mercaderes de lo público y
menos aún para los inmorales y ladrones.
Gestionar el Estado es resolver los problemas del pueblo,
de la patria y de La Nación. Si el gobierno se convierte en una caja sectorial
de clase o de facción, el Estado pierde eficacia y poco a poco también legitimidad.
Eso hoy es evidente y el Gobierno Nacional tiene margen de acción para destruir
el Estado por el hecho de que muchas instituciones básicas no funcionan hace
tiempo. Nadie defiende lo que no conoce y menos aún lo que no funciona.
No es del todo acertado que el pueblo argentino en la
actualidad se haya convertido a la ideología de “derecha” o que sea “insensible”
al desmantelamiento de programas sociales. La indiferencia frente a muchas políticas por parte de la gente no es una
postura partidaria e ideológica, sino más bien una indignación lógica del
pueblo frente al fracaso dirigencial para consolidar una política de Estado.
Para las clases medias bajas y buena parte de los trabajadores formales, la
educación, la salud y la seguridad pública no funcionan y sus miembros se ven
obligados a financiarse los servicios con un esfuerzo sumamente grande. La vida
de los sectores bajos, informales y marginales es indigna y malviven y la
consigna del “Estado presente” no puede ocultar la decadencia de las
condiciones de existencia y la falta total de perspectiva de mejora de millones
de compatriotas. Para las clases medias altas que no usan los servicios
públicos, se percibe que el Estado les confisca el salario con un impuesto que
te iguala para abajo en la pobreza y que, paradójicamente, llaman a las “ganancias”.
Los sectores productivos no ven las retenciones a las exportaciones y otros
impuestos en la construcción de nuevas rutas, puertos, ferrocarriles para
mejorar la competitividad y ni siquiera actualmente tampoco en subsidios a la
energía.
De acá surge la poca empatía de una parte de la población
con el Estado y no de la ideología incomprensible del bla bla de la Escuela
Austriaca que difunde el Presidente. Para poder discutir con el ideario de
Milei hay que gestionar correcta y estratégicamente al Estado. Poco sirve perder
el tiempo con consignas vacías que ya nadie se toma muy en serio o que al menos
no se las cree a la hora de votar.
Se tienen que reconstruir los pilares básicos de la
legitimidad gubernamental como prestador de infraestructura, educación, salud,
justicia y seguridad. Lejos del planteo progresista, hay que tener la certeza
de que la seguridad no es de derecha, ni de izquierda, sino que es un tema
sumamente popular. El aumento del crimen organizado destruye la comunidad y la
dinámica reciente pone en jaque la soberanía al cuestionar el monopolio de la
fuerza del Estado. Hay que asumir la existencia de una crisis de la educación pública
y abandonar el consignismo de campaña y la impostura de los funcionarios. Lo
mismo ocurre con la salud, con la infraestructura y con servicios públicos en
pésimo estado, sean de gestión privada o Estatal.
Los valores del hombre
argentino
Es fundamental reconstruir los valores del hombre
argentino y los de su dirigencia. La comunidad está desorganizada y una de sus
causas es la perdida de los valores de justicia, de solidaridad social, de bien
común y de patriotismo. Hasta el valor mismo de la vida está hoy cuestionado en
un país con 70% de pobreza infantil, con embarazadas malviviendo sin futuro y con
barrios en donde los pibes matan y mueren en la marginalidad y bajo el accionar
impune del narcotráfico.
Hay una crisis moral en la comunidad y el problema es más
acuciante entre parte de la dirigencia que lejos está de comportarse con
ejemplaridad. El relativismo y el pragmatismo de negocios de la clase política de
las últimas cuatro décadas, destruyó la representación partidaria y vació de
legitimidad al sistema político e institucional llevándolo a las crisis del
2001 y a la del 2023.
Ni la economía, ni la ciencia, ni la lucha por el poder
nos darán pautas de bien y de mal, de lo que debemos hacer y lo que hay que
impedir. Tenemos que defender la dignidad de la persona humana y postular una
moral que la oriente.
Una nueva herramienta política
Para poder encarar la reconstrucción nacional y para
poder gobernar en la difícil crisis que estamos atravesando se debe forjar un
nuevo frente político y social.
Un modelo a emular es el del año 2002 que le permitió a
la Argentina empezar a superar el desastre económico y humanitario de fin de
siglo pasado. En el contexto post 2001 un sector de la política tuvo el acierto
de buscar acuerdos entre dirigentes, partidos y el empresariado industrial, de
la construcción y del agro.
En esa tarea de articulación, de diálogo y de construcción
de consensos jugó un rol fundamental la Iglesia Católica, histórico faro moral
y espiritual en temas de derechos de la personalidad humana. La institución fue
y sigue siendo de las pocas organizaciones de masas que sigue cuestionando la
inmoralidad de la pobreza y descarte infantil y denunciando el accionar del
narcotráfico y de la corrupción. La Iglesia fue fundamental en el año 2002 en
la construcción de la política social y educativa en un contexto de alta
pobreza y marginalidad similar al actual.
En el 2002 el sindicalismo y las mediaciones de la
economía informal se integraron a un frente político que promovió la bandera de
la paz social y de la reconstrucción económica, cultural y espiritual de la
Argentina.
A modo de cierre, quiero destacar que pese a la decadencia
de un sector importante de la dirigencia del país, en la Argentina siguen
existiendo reservorios morales, dirigentes y gestiones ejemplares en todos los
partidos políticos y organizaciones del trabajo, del empresariado, de la
religión y de la cultura.
El nuestro es un pueblo de fe, solidario y trabajador y como
lo hizo tantas veces en la historia patria, responderá al llamado del caudillo
que venga a gobernar esta tierra con humildad, ejemplaridad, patriotismo y
vocación de justicia.
Publicado en MENU CRIOLLO
No hay comentarios:
Publicar un comentario