Aritz
Recalde, febrero de 2019
Desde la muerte de Juan D. Perón la
Argentina no consigue edificar un proyecto nacional soberano y justo. El país
atraviesa ciclos de formulación y de ejecución de políticas de Estado que luego
son demolidas generando una situación de inestabilidad permanente. Una generación construye y otra destruye
y así transcurre la economía y el gobierno argentino hace décadas.
Entre los diversos fenómenos que
explican las causas de tal perniciosa situación, se encuentra el hecho de que el país tiene una clase política
dependiente de los CEOS extranjeros, pero carece de una dirigencia nacionalista.
Hace tiempo que la actividad política se volvió un negocio y dejó de ser un
instrumento para alcanzar la soberanía nacional, el desarrollo industrial y la justicia
social.
La clase política y la división internacional
del trabajo
En la Argentina las decisiones políticas fundamentales no surgen de los partidos, sino que se
planifican en las mesas de las corporaciones y de las Embajadas de los
centros de poder mundial. Esta condición de dependencia política e ideológica de
los gobernantes es una característica típica de los Estados subdesarrollados.
En el actual orden mundial la Argentina no puede tener industria, sino que debe
ser un país agroexportador y una plaza para la especulación financiera. Estamos
obligados a poner en manos del extranjero la producción y la circulación de la
cultura en sus formatos televisión, internet y cine. En el terreno de la
ciencia ocurre algo similar y la Argentina está desandando sus innovaciones
tecnológicas para sustituirlas por producción importada. Carecemos de política
militar, de defensa y de seguridad y la hacen por nosotros los Estados Unidos,
Inglaterra e Israel. CAMBIEMOS aplica a modo de certeza, el postulado de que a
un país dependiente le corresponde una política exterior subordinada.
La administración de los recursos
naturales, financieros y comerciales no es tema de la clase política, que se
encuentra cómoda reproduciendo los lineamientos programáticos de los organismos
internacionales y de las corporaciones. Tenemos un gobierno formal que aplica el
mandato del gobierno real del establishment y de las Embajadas foráneas. Se
cumplen las palabras de Juan Perón acerca de que “quienes se sentaban en el honroso sillón de Rivadavia tenían el
gobierno político de La Nación, pero no el gobierno económico ni el gobierno
social del país”.
El negocio partidario: ¿garantía del
subdesarrollo?
Los cargos del gobierno son el costo que
el establishment está dispuesto a ceder a la clase política local con la
finalidad de que apliquen su programa. La administración del negocio del Estado
ocupa el centro del accionar de la clase política y la acumulación del dinero les
representa un lugar más importante que los proyectos nacionales y colectivos. El
Estado se convierte en un botín comercial abandonando su condición de ser la
voluntad de fuerza para el desarrollo nacional.
Los partidos son regentes del pequeño
margen de recursos y de cargos que la división internacional del trabajo nos
otorga. La clase política hace décadas renunció a los valores característicos de
los Estados Nacionales modernos como son la soberanía, la independencia
económica y la igualdad social y solamente administra la pobreza y el
estancamiento productivo estructural de la Argentina.
Hace tiempo que en un país rico como la Argentina,
sus partidos oficialistas y opositores aceptan sin demasiadas contradicciones ideológicas
la terrible situación social. La UNICEF documentó que el 50% de los niños del
país son pobres y el INDEC refleja año tras año, que el 40% de los habitantes
vive en la precariedad laboral y en la marginalidad social. La clase política
calla frente al atraso tecnológico, la concentración de capitales y la
extranjerización económica que se está acentuando de manera preocupante en la
Argentina.
En muchos casos, la actividad partidaria
puede ser más rentable que la pequeña empresa y el comercio. La excesiva
rentabilidad del cargo gubernamental no oficia como un medio para hacer
insobornable a la dirigencia, sino que y por el contrario la clase política
eleva suntuosamente su nivel de vida en beneficio propio. No es extraño por
eso, que un sector de las élites industriales locales renunció a su condición
empresaria y se integró al proyecto especulador y financiero impulsado desde el
extranjero. Resultado de ello, hace tiempo que los trabajadores y los industriales
dedicados a las actividades de la producción y el empleo nacional quedaron carentes
de representación.
La clase política administra un programa
ajeno y no tiene pensamiento propio
La clase política carece de doctrina y
de ideales de progreso y reproduce los marcos del debate público que le imponen
el sistema oligopólico de información y las fundaciones y organismos
internacionales. Hace mucho tiempo que la clase política no tiene opinión
propia y se la arman los publicistas que aplican la censura del establishment y
que analizan los datos generados por las encuestas de opinión de las
consultoras. La clase política argentina puede tener popularidad temporaria,
raramente dispone de prestigio y de legitimidad social.
La clase política difunde la agenda de
las minorías y carece de proyecto para las mayorías. Un programa de cambio
social de masas supone, objetivamente, que los CEOS pierdan poder económico,
cultural y político. Es por eso que establishment instala en la televisión y en
las redes la temática de pequeños sectores ya que dicho debate nunca pone en
riesgo su poder.
Los comunicadores difunden supuestas
divergencias entre partidos que en realidad no existen o que directamente no
importan en nada para el desenvolvimiento de los centros de poder mundial. Mientras
la clase política no plantee cambiar el sistema establecido, sus miembros
pueden difundir en la prensa oligopólica los mensajes del liberalismo (derecha)
o del progresismo (izquierda) sin inconvenientes y sin censura. Por el
contrario, el nacionalismo industrialista está vedado en Sudamérica y es una
doctrina política que solamente puede ser profesada por la dirigencia de las
potencias mundiales.
A diferencia de la clase política local,
las corporaciones y las potencias occidentales tienen un programa político de
masas y consiste en el ajuste y la expropiación de los derechos de las empresas
locales y de la familia sudamericana. Los políticos argentinos son conservadores
para reducir los privilegios de las corporaciones y son subversivos y
transformadores para reducir los derechos del pueblo. La clase política cambia
las “reglas de juego” y les quita derechos a las mayorías (pymes, jubilados o
trabajadores) y cuando se trata de distribuir los privilegios de las élites
abraza la bandera de la “seguridad jurídica”. Es revolucionaria para expropiar
los derechos adquiridos del pueblo y es timorata para modificar los privilegios
de la élite.
Argentina transita hacia otro 2001
En su libro “Teoría del Estado” Ernesto Palacio definió a la clase dirigente como
un grupo político que conduce a la comunidad detrás de “principios rectores”. La vigencia de los valores hacen “representativa” a la dirigencia y el
pueblo así lo consagra cuando ve en ella “la
garantía de seguridad y la encarnación de lo que considera como mejor”.
Palacio argumenta que la “dirección legitima” de un político se
consolida a partir de su inteligencia, de su conducta o de su posición social
(prestigio o dinero). A las tres características el dirigente debe sumarle la
voluntad de servicio y la capacidad de movilizar un pueblo con “ideales colectivos”. Palacio destaca que
“los pueblos yerran en el juicio, pero no
en la voluntad (…) los pueblos buscan dirigentes, como los dirigentes buscan
pueblo”.
Desde el año 1976 la clase política adolece
de ideales y de conductas ejemplares y cogestiona los programas de un grupo de
corporaciones y tal cual destacó Palacio “a
nadie se le ocultan las desastrosas consecuencias que acarrea a una sociedad su
manejo exclusivo por los intereses materiales”. En buena medida, la
catástrofe del año 2001 es una de las evidencias más dramáticas de esta
incapacidad argentina para conformar una dirigencia nacionalista.
De cara a las elecciones del año 2019 el
establishment tiene en CAMBIEMOS a sus propios candidatos, posee claridad de
hacia dónde va y dispone de mucho poder económico para triunfar. De imponerse
este proyecto, el país avanza rápidamente hacia otra crisis social y económica
como la del 2001.
El pueblo argentino está agobiado y
decepcionado con buena parte de la clase política oficialista y opositora. Pese
a todo, conserva una organización libre en los sindicatos, las iglesias, unidades
básicas, centros culturales o en las cámaras empresarias y no pierde la
esperanza y sigue buscando a sus dirigentes.
Posiblemente y tal cual sostiene el
filósofo Alberto Buela en “Notas sobre el
peronismo”, en la Argentina “no
estamos en crisis, sino en decadencia” y la “decadencia encierra un enigma poco común, y es que siempre se puede ser
un poco más decadente”. También destaca Buela que “de la decadencia como del laberinto, hay que salir como salieron
Dédalo y su hijo Ícaro, por arriba. Y
en política esto es creando, inventando, concibiendo nuevas posibilidades de
acceso al bien común”.
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