Aritz Recalde, junio 2015
“El
hombre es lo que hace. Hay hombres que dicen muchas cosas, pero hacen otras.
Hay una frase que lo resume: el que no es capaz de vivir como piensa, concluye
pensando cómo vive”. Padre Hernán Benítez
Aseveró Charles Darwin que desde el origen de
la aparición de las especies, estas evolucionan y sufren modificaciones permanentemente.
Los seres vivos luchan por la existencia y se encuentran inmersos en una selección
natural, que garantiza la supervivencia de los más aptos por sobre los débiles.
Ese proceso de evolución, de adaptación y de cambio es lento y se ejerce en una
lucha sórdida por la cual cada especie se esfuerza por aumentar su número. Las condiciones
de vida pueden cambiar y con ella también los seres que logran mutar adaptándose
al medio. La lucha por la supervivencia está caracterizada por la guerra en la naturaleza,
el hambre y la muerte. Para Darwin y como resultado de este proceso, los seres vivos
tenderían a la perfección y el progreso.
No fueron pocos los intelectuales liberales
que postularon que la competencia del capitalismo, era asimilable a la
selección natural. Resultado de la lucha por la supervivencia, los hombres más
aptos van a triunfar en una tendencia natural y justa, hacia la evolución social.
Esta ideología de raíz darwinista, es la que
moviliza a las corporaciones capitalistas y al pragmatismo político neoliberal.
En la economía liberal el Estado tiene que mantener al hombre en su condición
natural de competencia, ya que si el actor más débil (por ejemplo, las pymes o
el obrero) sobrevive frente al más poderoso (capital europeo o norteamericano),
se produciría una distorsión y la sociedad sería conducida a la decadencia. Los
débiles al mando del Estado y de la economía, tarde o temprano, llevarían a la
desaparición de la especie. El proteccionismo económico es una manera de suprimir
la lucha por la supervivencia y los naturalmente débiles, ocuparían un lugar
para el cual no están preparados.
Sectores de la clase dirigente de la Argentina,
se manifestaron públicamente a favor de estas ideas económicas y políticas. Por
ejemplo, Sarmiento convocó al exterminio de negros, de indios y de criollos por
considerarlos razas inferiores. En su lugar, impulsó la inmigración blanca de
EUA y de Europa. Alberdi quien compartió buena parte de esa noción, mencionó
que “civilizar es poblar” y lo institucionalizó con la Constitución de 1853,
que le daba derechos al europeo, en paralelo que el nativo era oprimido y
asesinado. Había que trasplantar el blanco en América, para terminar con las razas
consideradas débiles y bárbaras. No es casualidad por eso, que Sarmiento o Alberdi
favorecieron la ocupación militar del continente.
Sentían, profundamente, que la raza fuerte europea tenía el derecho y la
responsabilidad, de imponerse al débil bárbaro sudamericano.
En el terreno de la práctica política, el neoliberalismo
postuló el pragmatismo llano de la lucha por la supervivencia. En su óptica,
los partidos políticos tienen que formar parte de la lucha por la supervivencia,
sin más causa o finalidad que la extensión de la vida de sus propios miembros.
Es a partir de acá, que el activista no tiene moral, ética o doctrina alguna, más
allá de su acumulación gregaria de poder (económico, militar o de género).
Para el pragmatismo neoliberal el principio y
el fin que mueve toda actividad política, es perpetuarse en el cargo. Es por
eso, que la ideología o la manifestación de casusas trascendentes, es solamente
un discurso coyuntural o de campaña. El mismo dirigente puede apoyar un
proyecto de país y al poco tiempo a su contrario, sin sentir contradicciones. Incluso,
es necesario que lo haga ya que denota con esa acción una manifestación de su
evolución. Cambian las condiciones de existencia internacionales y el dirigente
se adapta para sobrevivir y con esa finalidad, puede destruir un país, empobrecer
una clase social, perseguir una raza o silenciar una tradición étnica completa.
Para el pragmatismo neoliberal, los debates intelectuales son una pérdida de
tiempo y su lugar tienen que ocuparlo los comunicadores a sueldo, que reiteran
las ideas que conviene en cada momento, sin importar lo que ocurra con ellas y
si deterioran la soberanía nacional o social de un pueblo.
En el pragmatismo neoliberal todos los dirigentes
son, por definición, traidores, egoístas y oportunistas, ya que son movidos por
el instinto y por la voluntad de poder. La posición contraria es una muestra de
debilidad, que puede conducir a la expulsión de un dirigente de un partido por “idealismo”.
Para el dirigente neoliberal el mejor aliado político es el idiota sin
escrúpulos. No es casualidad por eso, que frente a la muerte de un mandatario neoliberal,
quede un vacío y que abajo no existan condiciones para la alternancia. Es
natural en una transición política neoliberal, que asuma el más siniestro y
cruel de sus colaboradores, que al modo de un lobo, consiga erradicar a sus
competidores.
En un sector partidario del neoliberalismo,
se difunde la pauta de que el político es como el cauce de los ríos: si no
avanza se estanca y si se estanca se pudre, contaminando todo el ambiente que
lo rodea. Al no existir lealtades, ni ideologías, ni proyecto colectivo alguno,
es natural la guerra partidaria, las conspiraciones y las traiciones
permanentes. La lealtad en la política neoliberal es una frase de salón, que se
menciona sabiendo que la única nobleza que mantiene unidos a los hombres, es el
mantenimiento y la reproducción del poder.
Atendiendo que la política es un medio para
sobrevivir en la competencia capitalista (naturaleza), los partidos liberales
acceden a las instituciones públicas para acumular riqueza individual y escapar
a la muerte. El Estado liberal es un botín de los triunfadores de la batalla
electoral y solamente distribuyen algún recurso público, al momento de construir
opinión y ganar otra elección. El gobierno no tiene más finalidades trascendentes
que permitir que las corporaciones capitalistas y que la clase política,
acumulen poder.
La diferencia entre clase política, gobierno
y Estado no existe y es habitual que solamente la muerte separe al dirigente
del cargo. Los lugares del Estado son ocupados como resultado del acuerdo
político y no importa la idoneidad de sus miembros o los objetivos de la
institución. La planificación de las acciones del Estado es el mero resultante
de la guerra política. En su óptica, la salud, la educación o el transporte de
un país puede caer en manos de cualquiera, solamente es necesario conservar el
cargo como resultado del pacto fundacional de la clase. El asesor de medios le dirá
al dirigente qué postular frente a la sociedad y las corporaciones qué debe o
no impulsar. No importa que la institución cumpla una función social o de
utilidad nacional.
La conducción política neoliberal administra los
partidos e instituciones con el terror y aguzando la condición gregaria del
hombre. En el liberalismo rige la pauta de “enemistar a tus subalternos para reinar
eternamente”. El pragmatismo neoliberal destruye la organización para mandar
individualmente. En la política neoliberal la actividad sexual vale más que muchas
ideologías o lealtades.
A diferencia del mundo
natural que explicó Charles Darwin, el hombre en su lucha por la supervivencia
no progresa y no alcanza una situación de estabilidad con su ambiente. El
humano es capaz de destruir el ecosistema en el cual vive y pese a tener
abundancia de alimentos, mantener a la mayoría animal en la más profunda de las
hambrunas. El hombre liberal a diferencia del animal, mata por negocios y no encuentra
un límite a su acción depredadora, como podría ser la saciedad del hambre.
El pragmatismo neoliberal
manejó el mundo alrededor de tres décadas. Los animales más fuertes fueron las corporaciones
de los EUA y de Europa, que condujeron al sistema mundial a la debacle total. La
economía, el medio ambiente, las instituciones o el empleo de la mayoría de los
hombres, fueron destruidos desde fines de los años setenta. Muchos humanos
perdieron en el siglo XX, los derechos por los cuales lucharon en el XIX.
Incluso, no pocos países iniciaron el siglo XXI con niveles de atraso superados
con anterioridad. La corrupción y la decadencia moral de la dirigencia neoliberal,
llegó a la cabeza de presidentes y de organismos internacionales tan disímiles
como el FMI, la FIFA o el Vaticano.
Para poder sobrevivir al
neocolonialismo y al pragmatismo neoliberal, los pueblos conformaron una clase dirigente
con vocación nacional y social. Contra el pragmatismo neoliberal que destruye y
sepulta al hombre, se levantaron las ideologías, las religiones y las doctrinas
nacionales y populares. En Sudamérica de fines del siglo XX, Hugo Chávez inició
el camino de rencuentro de los animales individuos, con la humanidad y con la búsqueda
de justicia. Ese camino lo continuaron las organizaciones libres del pueblo en
la Argentina, Brasil, Bolivia, Uruguay o Ecuador. Ese cambio no se detiene en
el mundo y al Vaticano anquilosado, le llegó su Papa Francisco.
Actualmente y frente a las
presiones del capitalismo mundial, Iberoamérica se encuentra en una
encrucijada. O los pueblos se organizan y elevan una dirigencia patriótica al
mando del Estado y de la nación, o la clase política neoliberal y las
corporaciones extranjeras, retrotraerán al hombre a su condición de
esclavitud.
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