Aritz
Recalde, julio de 2015
En la década de los noventa muchos
de nosotros reclamábamos el mejoramiento de las condiciones de desenvolvimiento
de la universidad argentina. El presidente De La Rua había recortado el 13 % de
los salarios del sector público, buena parte de las instituciones tenían
congeladas las plantas de trabajadores y la inversión en infraestructura era
escasa o nula. El contexto económico y social general era y sin ánimo de
exagerar, dramático. En el plano universitario el desempleo fue sumamente alto
y muchos egresados viajaban al exterior buscando un mejor destino. Dentro de
las universidades una de las consignas que levantábamos era la “triplicación de
presupuesto”.
En la última década y a contramano
de la etapa anterior, el sistema universitario fue parte de un cambio
estructural y profundo. Superando ampliamente nuestro reclamo de triplicación del
presupuesto, la inversión del Estado aumentó de $ 1.900 millones en el año 2003 a más de $ 39.000
millones en 2015. Los universitarios no se fueron más al extranjero, sino que
regresaron más de 1100 con el apoyo del programa RAICES. El desempleo bajó
considerablemente pasando del 24 % al 7% y hay carreras universitarias con una
tasa de inserción profesional casi plena. Lejos de los recortes del ministro de
economía Ricardo López Murphy, en el año 2005 los trabajadores técnicos y
administrativos firmaron un Convenio Colectivo y en 2015 los docentes el suyo. Desde
2009 los profesores universitarios tienen derecho a la movilidad jubilatoria
del 82%. En temas de infraestructura, las universidades nacionales fueron
reconstruidas y la envergadura de la inversión en aulas, bibliotecas, oficinas,
laboratorios o espacios deportivos tiene escasos antecedentes en la historia
del país.
El pueblo argentino está aportando a
las universidades más recursos de lo que creímos posible por mucho tiempo. En
dicho contexto, considero importante destacar que los académicos tenemos que
concientizarnos en la responsabilidad histórica que ello implica. En nuestra
opinión, debemos preguntarnos qué le estamos devolviendo al conjunto de la
Argentina que nos financia con su trabajo cotidiano. Algunos de los
interrogantes que podemos hacernos es:
-
¿la universidad está contribuyendo a la consolidación de la
democracia, la justicia social y a la superación del neoliberalismo?
-
¿las carreras que estamos impulsando acompañan el desarrollo
regional y nacional?,
-
¿las investigaciones y acciones de transferencia contribuyen
a la consolidación de una soberanía económica y tecnológica?,
-
¿la universidad es inclusiva socialmente?, ¿cuál es el
aporte que hace a la emancipación de los grupos vulnerables?,
-
¿las universidades reproducen un saber universal?, ¿son
usinas de pensamiento nacional y latinoamericano?.
A continuación respondemos
brevemente a algunos de estos interrogantes.
¿La
universidad está contribuyendo a la consolidación de la democracia, la justicia
social y a la superación del neoliberalismo?
La historia de la universidad
iberoamericana es la de nuestra oligarquía dependiente. No es casualidad por
ello, que muchos de los intelectuales y hombres de cultura salidos de la
institución, apoyaron dictaduras contrarias a los intereses nacionales y que
violaron derechos humanos y constitucionales. De manera inversa, tampoco es un
hecho aislado que fueron varios los académicos que enfrentaron a programas
populares y democráticos. Miembros de la Federación
Universitaria Argentina
(FUA) y de la
Federación Universitaria de Buenos Aires (FUBA) resistieron
públicamente a Hipólito Yrigoyen y a Juan Perón y se manifestaron a favor sus
derrocamientos en 1930 y en 1955. Actitud similar tomarían algunos docentes que
se integraron activamente a la Unión Democrática en las elecciones de 1946 y que
participaron de la intervención de la universidad con las dictaduras iniciadas
en 1955.
Estas vinculaciones entre académicos
y poderes concentrados locales y trasnacionales, no es un tema meramente
argentino y suele repetirse en Iberoamérica frente a la eclosión de programas
de gobierno de transformación política y social.
La concepción elitista y antidemocracia
de sectores de la universidad argentina, se hace evidente en el relato de la
historia de la
institución. La “historia oficial universitaria” postula que
gobiernos democráticos y constitucionales como el peronismo son autoritarios y
que las dictaduras de Eduardo Lonardi o de Eugenio Aramburu que lo derrocaron,
son legítimas. Docentes y alumnos de la institución y no pocos historiadores,
siguen reiterando sin muchos reparos o contradicciones, el supuesto de que la sangrienta
dictadura de Aramburu inició una “Edad de Oro” de la universidad. La institución en esta etapa
silenció el bombardeo de junio 1955 y justificó la derogación de la Constitución Nacional
de 1949. Está documentado que miembros de la universidad integraron
organizaciones paramilitares terroristas (Comandos Civiles).
Ya derrocados Hipólito Yrigoyen y
Juan Perón, miembros de la universidad argentina organizaron un relato
autoritario, centrado en la defensa de una autonomía que desconoce el voto
popular y que reivindica la violencia contra la democracia y los sindicatos. En
este planteo se desconoce la legitimidad de la democracia de masas y de la
voluntad popular, para afirmar en su lugar el derecho supuestamente universal y
a-histórico del cogobierno tripartito. Cualquier reforma política e
institucional impulsada desde la democracia de masas, es recibida como una
violación del derecho de la propia corporación. Como resultado de esta
ideología, la institución que originariamente fue elitista y conservadora, no
se adecuó a la era de los gobiernos nacionales y populares del siglo XX.
A sabiendas de esta realidad, en más
de una ocasión los poderes concentrados entregaron la universidad a los
académicos, quienes tenían que impedir la asunción de los proyectos nacionalistas
y distributivos.
El año 1955 no fue el único caso en
la historia del siglo XX, donde se fusionan los intereses de las oligarquías y los
académicos y para desarrollar el neoliberalismo Carlos Menem no cerró
universidades, sino que abrió once. Un sector de la clase media y de los
universitarios que apoyó o gerenció el neoliberalismo, recibió como beneficio la
administración de las academias y accedió a los dólares de la convertibilidad
para viajar al extranjero.
Inicialmente, la variable de ajuste del
neoliberalismo fueron los trabajadores estatales de las empresas privatizadas y
aquellos del sector privado que fueron sepultados por la presión del capital
trasnacional y por la apertura económica. Recién hacia mediados y fines de los
años noventa, todos los universitarios vieron perjudicados directamente sus
ingresos con el recorte salarial del presidente De La Rua.
Las políticas de cambio iniciadas en
el año 2003, no surgieron de la universidad y tampoco encontraron una
resonancia directa en la institución. El nuevo modelo de desarrollo fue el
resultado del accionar de la clase política partidaria, de las organizaciones
sociales y sindicales o de sectores de las entidades empresarias. La universidad
tuvo escaso impacto político y cultural en los debates nacionales que están
permitiendo superar el neoliberalismo.
A contramano del planteo reformista
conservador o del liberalismo, el nacionalismo popular postuló que la universidad
es democrática si acompaña la emancipación del conjunto de la comunidad
nacional y no meramente si garantiza el cogobierno de los propios académicos. En
el año 1946 el presupuesto universitario era de 48 millones de pesos moneda
nacional y al año 1954 había aumentado a 400 millones. Con esta ampliación de
los recursos, se impulsaron programas académicos que respondían a la
emancipación del trabajador y al plan nacional de desarrollo. En el año 1949 se
estableció la gratuidad universitaria y durante la etapa se reorientó el gasto
hacia las carreras tecnológicas. En 1948 se creó la Universidad Obrera Nacional,
se construyeron edificios educativos y los trabajadores alcanzaron derechos
como es el caso de las dedicaciones exclusivas docentes.
La mera preocupación por la autonomía
y el cogobierno, dejó lugar a un proyecto científico y tecnológico orientado a
mejorar las condiciones productivas, sociales, culturales y tecnológicas del
país.
¿Las
carreras que estamos impulsando acompañan el desarrollo regional y nacional?
La creación y proliferación de las
carreras universitarias debe ponerse en debate.
Para la tradición liberal, la oferta
académica tiene que ser una respuesta a las señales de mercado mundial y no es
casualidad que en nuestro país derecho y la economía fueron las carreras más
difundidas. Se trató de hacer una universidad que no rompa con los marcos de la
división internacional del trabajo, que ubican a la Argentina como un país de
servicios y agroexportador.
Para el reformismo la decisión queda
sujeta a la opinión del cogobierno, cuestión que hace que un reducido círculo
de académicos diagrame la oferta académica financiada por el Estado. En dicha
óptica y en varios casos, se puede escindir el programa de desarrollo nacional,
de la inversión en ciencia y técnica.
Para el nacionalismo popular la apertura
de carreras debe regionalizarse y articularse con el conjunto de las políticas
del Estado. La proliferación de carreras tiene que acompañar el
desenvolvimiento productivo y la emancipación social de las comunidades donde
está ubicada. Cada universidad va a desarrollar un perfil propio y las carreras
no serán copia de los esquemas académicos tradicionales, sino que ofician como respuestas
concretas a los problemas del pueblo y de la nación. Con dicha concepción se
creó la Universidad Obrera Nacional en el año 1948, que impulsó las ingenierías
aeronáuticas o ferroviarias, entre otras. Las iniciativas eran fundamentales
para la fábrica de aviones de Córdoba y la producción ferroviaria de Tucumán y contribuían
al plan nacional de desarrollo.
Actualmente y sin eliminar la
competencia originaria de la universidad, el Ministerio de Educación está
impulsando becas para ingenierías y se financian investigaciones y carreras
consideradas estratégicas.
A partir de acá nos planteamos, ¿el
Estado nacional tiene que dejar sujeta la proliferación de carreras a la
autonomía de cada universidad?, ¿ésta función no debería atender una
planificación productiva, cultural y científica regional y nacional?.
¿Las
investigaciones y acciones de transferencia contribuyen a la consolidación de
una soberanía económica y tecnológica?
En la tradición reformista la
articulación entre la universidad, el mundo productivo y el conjunto del
Estado, suele presentarse de manera negativa. Toda potencial fusión entre las
actividades académicas y los poderes públicos se considera violatoria de la
autonomía, dando por hecho que la actividad científica no tendría que formar
parte de la democracia popular. Se cree que las decisiones de la mayoría
popular son contrarias a la razón científica, que debería ser administrada por
una pequeña minoría de especialistas. A partir de acá, que cada docente y
cátedra investiguen lo que ellos mismos consideran necesario o interesante y
que es repudiada la posibilidad de que los mandatarios que vota la gente en
municipios o en la nación, intervengan en la definición de líneas de acción.
Algo similar suele sostenerse de la
relación entre la universidad y la empresa. El liberalismo impulsa una relación
estrecha entre la universidad y la empresa trasnacional u oligopólica. Por el
contrario, el reformismo suele rechazar la vinculación académica con el mundo
productivo, al considerarla una distorsión de la autonomía científica.
El nacionalismo popular promueve una
actividad científica con miras a alcanzar la soberanía tecnológica y la
independencia económica del país. La articulación con la empresa estatal, cooperativa
y privada nacional, forma parte fundamental de la tarea académica y científica
de las universidades. Lo mismo ocurre con la vinculación entre la academia y
los Estados municipales, provinciales y municipales, que es conceptuada como legítima
y necesaria.
Con miras a alcanzar estas metas, se
considera que el Estado nacional tiene una legitimidad de origen para planificar
las políticas de investigación y los planes de promoción tecnológica. Entre
otros instrumentos para alcanzar esta meta, el nacionalismo popular sostiene
que las becas deben orientarse a las áreas de vacancia y que Estado tiene que financiar
prioritariamente aquellas acciones de transferencia y de investigación con
impacto social y productivo. No son la cátedra y el estudiante quienes definen
el destino de la totalidad de recursos públicos de investigación. Tampoco
cumplirá esa tarea la empresa trasnacional, sino que es la democracia de masas
el ámbito legítimo y legal para ello.
¿La
universidad es inclusiva socialmente?
Siete
prejuicios antiguos sobre la educación superior
Pablo
González Casanova
1-
Prejuicio: la educación superior debe ser para una élite, no para las masas.
2-
Prejuicio: la educación superior disminuye la calidad conforme se imparte a un
mayor número de gente.
3-
Prejuicio: sólo una proporción mínima es apta para la educación superior
(digamos el 0,01 o el 1%).
4- Prejuicio:
para la educación superior se debe seleccionar a los más aptos.
5-
Prejuicio: no se debe proporcionar educación superior más allá de las
posibilidades de empleo.
6-
Prejuicio: el Estado ya está gastando demasiado en educación superior. La
educación superior no debe ser gratuita o semigratuita.
7- Prejuicio:
no se debe querer que todos sean profesionales. Sería horrible un mundo en el
que no hubiera obreros.
Históricamente las universidades
fueron elitistas e ingresaban a ellas pequeños grupos de la elite y tal cual
sostiene González Casanova, dicha situación se configuró como “prejuicios” o
como una ideología conservadora que es presentada como una verdad incuestionable.
La educación era un instrumento para ampliar la desigualdad entre ricos y
pobres, entre nacionales y europeos, entre blancos y negros o entre mujeres y
hombres.
Desde el año 1949 que se suprimieron
los aranceles universitarios en la Argentina, la institución se propone ser un
mecanismo de igualación social y no de diferenciación. La apertura de universidades
en todo el país y en regiones socialmente más relegadas como es el caso del
conurbano bonaerense, está contribuyendo a ampliar las posibilidades de ingreso
de los grupos vulnerables.
Está demostrado que la gratuidad y
la apertura irrestricta del ingreso en las universidades argentinas, no
garantizan el egreso de los estudiantes. Hoy existe un desgranamiento que
supera el setenta porciento de los estudiantes. Desde el año 1949 se
democratizó el ingreso, el desafío actual es el de garantizar la permanencia y
el egreso. Frente a dicha realidad, es importante destacar que la universidad
no es gratuita, sino que hay un sistema cruzado de subsidios que pagan todos y
que usufructúan unos pocos. Para los trabajadores que administramos las universidades,
ello debe implicar un compromiso más profundo con el egreso de los estudiantes.
En la medida que administramos recursos públicos, no sería desacertado que el
Estado distribuya el presupuesto a partir de definir pautas de gestión y de
mejoramiento de las tasas de deserción.
¿Cuál es el aporte que hace la universidad a
la emancipación de los grupos vulnerables?
El liberalismo define a la
universidad como una fábrica de títulos y de profesionales individualistas. El
reformismo suele preocuparse más por la abstracta “libertad científica”, que
sobre los resultados de su accionar en su medio social. Como resultado de ello,
se conforma un profesional dedicado meramente a un aspecto académico puntual,
sin ligazón a su medio histórico y sin mayores perspectivas sociales que
cumplimentar el informe de investigación de su beca.
Para el nacionalismo popular además
de preocuparse por el ingreso irrestricto y el egreso masivo de estudiantes,
las universidades tienen que masificar los programas de cooperación con la comunidad.
A estas acciones, la institución debe acompañarlas con el compromiso político
de sus miembros con el medio social, cuestión que incluye la formación
educativa en valores solidarios y comprometidos con los intereses populares y
nacionales.
¿Las
universidades reproducen un saber universal?, ¿son usinas de pensamiento
nacional y latinoamericano?
Para la tradición ideológica liberal
la universidad argentina del siglo XIX tenía que europeizarse. La finalidad era
alcanzar la “civilización” y es por ello que toda la producción cultural,
científica o tecnológica anterior tenía que desaparecer. Se intentó borrar la
cultura precolombina y además la tradición hispánica, para hacer del país un
satélite espiritual inglés y francés.
En parte, la reforma del año 1918
nació como una propuesta de refundación cultural, que propuso acercar la
institución a la problemática nacional e iberoamericana. Desde distintas
perspectivas ideológicas y provenientes diversas disciplinas, los reformistas
originarios conformaron una corriente cultural que buscó un sentido social y
nacional de la labor intelectual y docente.
Buena parte de este ímpetu fue
abandonado y las instituciones se distanciaron de su contexto y de las
problemáticas de su tiempo. Pese a las incapacidades y frustraciones de la
institución que fueran anunciadas por reformistas como Deodoro Roca o Manuel
Ugarte, la búsqueda de una universidad consustanciada con su país y cultura, se
expandió hacia diversos lugares de Latinoamérica.
Desde mediados del siglo XX, un
sector importante de la universidad nacional se pensó como parte integrante de
los Estados Unidos. Importamos la estructura institucional, copiamos carreras y
reprodujimos teorías y agendas de investigación como si fueran las únicas y las
más adecuadas.
El nacionalismo popular
universitario postuló la necesidad de conformar una ciencia y una tecnología
propia. Esta finalidad no implicó nada parecido al autismo cultural, sino que
se trató de recuperar las producciones de diversas latitudes, consolidando una
nueva síntesis capaz de plantear y de resolver nuestros propios problemas.
Por un lado, el nacionalismo
consideró que los académicos tienen que conocer la historia, la cultura y las
ideas de nuestros países por considerarlas portadoras de saberes fundamentales
del ordenamiento social.
Además, el nacionalismo
universitario destinó recursos a sectores de la producción científica y
tecnológica que históricamente eran vedados a nuestros países por las potencias
extranjeras. A partir de esta decisión
soberana, es que Argentina produjo energía atómica, desarrolló la industria
automotriz, naval o ferroviaria nacional, realiza un cine, una pintura y una
música de nivel internacional y puede lanzar satélites al espacio.
Como resultado de la tendencia a la
nacionalización de las universidades, hoy nuestros jóvenes estudian autores
argentinos y latinoamericanos además de europeos y muchos de ellos se dedican a
la producción de bienes tecnológicos sumamente especializados.
Finalmente, consideramos oportuno
destacar que la construcción de una soberanía cultural y científica nacional debería
ser una meta de nuestras universidades. Esta definición imprime un sentido
trascendente a la labor del investigador, del administrativo, del docente o del
estudiante. Se trata de optar ya que y como aseveró Hernández Arregui “Digase cuanto se quiera, la realidad que
circunda al intelectual es política y su silencio es político. El silencio de
los intelectuales se llama traición al país.”
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