Aritz Recalde, marzo de 2016
Néstor Kirchner fue en la política argentina,
el equivalente al keynesianismo para el capitalismo liberal.
El intelectual británico John Maynard Keynes (1883
-1946) criticó a la “economía clásica”, demostrando que era una explicación
deficiente del comportamiento económico del capitalismo liberal. Esa teoría ofrecía
una batería de medidas que no podían revertir la tendencia permanente a la
crisis del capitalismo, expresada en fenómenos como el deterioro de la
producción, la pérdida del empleo y la inestabilidad e incertidumbre constantes.
Keynes no proponía derribar el sistema
capitalista, sino que consideró necesario introducir nuevas regulaciones con la
finalidad de salvarlo. Ligado a estas ideas, no pocos gobiernos capitalistas
occidentales impulsaron medidas tendientes a elevar la demanda, favoreciendo la
inversión privada, el gasto público o amparando el consumo manteniendo el valor
de los salarios.
Néstor Kirchner,
como Keynes, se propuso preservar al sistema político argentino que estaba
inmerso en una profunda crisis de representación. En el año 2003 no
había que optar meramente entre Néstor Kirchner o el socialismo nacional, sino
entre el “capitalismo serio” como lo llamó el Presidente y la profundización
del coloniaje. La Argentina del año 2001/3 estaba quebrada y su PBI caía, el
desempleo superó el 25% y en paralelo, aumentó la pobreza a una cifra cercana
al 50 %. En este contexto, el Presidente
convocó a “salir del infierno”. Kirchner nunca se propuso consolidar una fuerza
“anti capitalista”, sino que le otorgó un salvavidas a un modelo de desarrollo que
ponía en severo riesgo a la dirigencia política y a la viabilidad del conjunto de
los argentinos. A cambio, les requirió al empresariado, a los sindicatos, a los
organismos internacionales y a los dirigentes políticos, moderar sus ambiciones
y apoyar medidas de reconstrucción productiva y de mejora social. Kirchner
conformó un sujeto histórico que transitó un contexto social dramático, sin enfrentamientos
violentos de clases, coaligando en un mismo programa a piqueteros,
sindicalistas, grupos económicos locales o a empresas trasnacionales.
La dirigencia política que acompañó el
neocolonialismo iniciado a la muerte del general Juan Domingo Perón en 1974,
tenía grandes posibilidades de perder su función histórica y de ser desplazada
por la representación directa de las potencias mundiales y de los capitales
extranjeros. La aparición del nuevo modelo de acumulación social, económico y político
de 2003 permitió:
-
que
la dirigencia política local no sea remplazada por los representantes directos
de los empresarios extranjeros o del crimen organizado internacional y por sus
aliados de los medios de comunicación de masas.
-
que
la Argentina no delegue su soberanía política y económica a los organismos
financieros como el FMI o el Banco Mundial.
-
conformar
un Estado ampliado en su estructura y funciones que generó condiciones de
sustentabilidad del aparato político en el corto y en el mediano plazo.
Con un contexto internacional propicio a
nuestras exportaciones, el país protagonizó un ciclo de crecimiento y
contrariando la tendencia histórica anterior, permitió una mejora social
trascendente. Argentina creó nuevos empleos e institucionalizó una cobertura
social universal por parte del Estado. Durante la etapa, el kirchnerismo aplicó
una mediación favorable al obrero en los conflictos sindicales. El proyecto nacional
no impidió las abultadas ganancias de los especuladores financieros y los
bancos, la altísima rentabilidad de la oligarquía terrateniente o la inmensa
capacidad de acumulación de los grandes grupos económicos concentrados.
Exceptuando medidas como la estatización de las AFJP, las reformas a la Carta
Orgánica del Banco Central o la recuperación de algunas empresas de servicios
en crisis, no se realizaron cambios sustanciales de la estructura de propiedad
o del poco progresista régimen tributario.
La negociación de la deuda externa fue un caso ejemplificador
de keynesianismo kirchnerista. Néstor nunca postuló no asumir la deuda, sino
que le aclaró a los especuladores que los “muertos no pagan”. No instó realizar
investigaciones de fondo y tampoco propuso salir radicalmente del sistema financiero
internacional. Ambas cuestiones hubieren derivado en una ruptura frontal con
los bancos extranjeros y además y tema importante, era una forma de enfrentar a
los grupos económicos concentrados internos. Kirchner negoció una quita del
capital a los bonistas, que fue atenuada por la inclusión de otros aportes
resultantes de variables de crecimiento económico. La negociación permitió a la Argentina y al sistema
financiero, transitar la severa crisis económica de carácter internacional. En
poco más de una década el gobierno pagó y según declaraciones del mismo oficialismo,
una suma cercana a los 200.000 millones de dólares.
Cuando el
contexto internacional se modificó en detrimento de la producción argentina, había
al menos, tres alternativas posibles. La primera, era impulsar acciones políticas
contra los titulares de la gran propiedad oligopólica, cuestión que el gobierno
claramente no hizo. La segunda alternativa, fue el ajuste social a los más
humildes que tampoco fue aplicado. La tercera posibilidad que finalmente se empleó,
fue gobernar con déficit y con una baja tasa de crecimiento, aumentando la
deuda pública a la espera que cambien las condiciones económicas mundiales.
Actualmente, CAMBIEMOS puso a cargo de los
equipos de gestión a dirigentes provenientes de las corporaciones. Se trata,
como en los años noventa, de:
-
transferir
la soberanía política y los recursos de los argentinos al capital financiero trasnacional
y a los grupos económicos oligopólicos.
-
reducir
el Estado cualitativa y
cuantitativamente. El Estado está perdiendo capacidad de regulación de la
economía y de la sociedad y fueron expulsados más de 20.000 agentes.
La negociación de la deuda externa que realiza CAMBIEMOS,
es un ejemplo de su concepción política e ideológica. Le van a pagar lo que
requieren el 7 % de los fondos especuladores que no aceptaron la propuesta de
quita kirchnerista. Decidieron desconocer las negociaciones de 2005 y 2010,
aumentando aún más las exorbitantes ganancias del sistema financiero y poniendo
en juego la política de Estado post 2001. Un sector importante de la
dirigencia política que incluyó a
diputados peronistas, votó en el Congreso para que se les pague a los Fondos
Buitres. Como moneda de cambio de tal onerosa medida, obtienen recursos nacionales
para ejecutar obras y para afrontar el pago de salarios. Con esa decisión, los legisladores están entregando la
soberanía nacional, a cambio de recursos para gobernar en el corto plazo.
Con la finalidad de aumentar aún más la
rentabilidad del capital concentrado extranjero, el gobierno nacional eliminó
retenciones al agro y a la minería, excluyó regulaciones a la especulación
financiera, expulsó trabajadores del sector público y permitió las decenas de
miles de desocupados de la actividad privada. A diferencia de Kirchner que se preocupó por no matar la “gallina de
los huevos de oro” del capitalismo dependiente argentino, CAMBIEMOS pone el
país al borde de abismo, profundizando el endeudamiento e imposibilitando la capacidad
de pago a menos que se profundicen los ajustes estructurales en marcha.
Con sus
logros y con sus limitaciones, el kirchnerismo fue una especie de keynesianismo
político, que reguló el sistema con la finalidad de darle sustentabilidad en el
tiempo.
Actualmente, el Frente Para la Victoria y los aliados tienen, al menos, tres
alternativas:
-
UNO.
Apoyar el programa de CAMBIEMOS. Esta decisión en el mediano y largo plazo
puede destruir el Estado y la economía y va a debilitar la participación de la dirigencia
política como en 2001.
-
DOS.
Defender el keynesianismo kirchnerista y sus logros como un “piso y techo”
político y económico. Con el deterioro de la economía regional y debido la baja
de nuestras exportaciones, se hace más difícil que coexistan en armonía la
altísima ganancia empresaria y el mantenimiento de los salarios y el nivel de
vida del pueblo.
-
TRES.
Diagramar una alternativa política radical de transformaciones, que en línea
con la Revolución Justicialista de 1946 o de 1973, implica recuperar con
control nacional el comercio exterior, los bancos, los recursos naturales y las
empresas estratégicas.
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