Aritz Recalde, noviembre de 2023
“Es preciso, pues, conquistar una filosofía, para llegar a una nacionalidad. Pero tener una filosofía, es tener una razón fuerte y libre; ensanchar la razón nacional, es crear la filosofía nacional y, por lo tanto, la emancipación nacional”. Juan B. Alberdi
El 26 de octubre fui invitado a dar las palabras de
apertura del IV Encuentro Internacional
de Filosofía y Humanidades del Departamento de Humanidades y Artes de la UNLa. La
actividad se tituló “¿Cómo afronta la
filosofía la cuestión del hombre en nuestro tiempo?: los desafíos de la
diversidad cultural, la pluralidad de discursos, las propuestas
científico-tecnológicas”.
De
los ejes del encuentro me referí, centralmente, al debate sobre la cuestión
cultural y a algunos desafíos que enfrentamos en la actualidad que están
vinculados a los cambios tecnológicos.
1. La universalización de la cultura occidental
“La técnica es tan antigua como la vida”.
Oswald Spengler
El título del encuentro se refirió a
dos interrogantes que me gustaría comentar. El primero tiene que ver con el
debate sobre la tecnología, la cultura y las diversas identidades humanas.
El
desarrollo acelerado de la tecnología y de las comunicaciones le dan nueva
fuerza y vitalidad al proyecto de la universalidad occidental que fue implementado
a partir del comercio, de la guerra y de la exportación de su cultura.
Inicialmente,
la expansión del modo de ser y de vivir occidental fue posible por la
aplicación de la ciencia y de la técnica que auspiciaron las distintas
revoluciones tecnológicas.
El
desarrollo industrial occidental se apoyó en la innovación científica y en la nueva
forma de navegación que fueron motores del crecimiento de la economía europea.
La superioridad militar occidental fue posible gracias a su desarrollo teórico
y tecnológico. En este marco y a partir de distintas campañas bélicas impulsadas
por naciones/Estados (Grecia, Roma, España y luego Inglaterra, Francia, entre
otros) esa civilización avanzó territorialmente al Asia, al África y llegó a América.
La ciencia y la innovación fueron centrales para la economía y la guerra y
también para la expansión de la cultura. Solamente tenemos que citar el poder dinamizador
de las ideas que tuvo la imprenta, para dimensionar con claridad la cuestión.
Las
grandes culturas y la cultura occidental
La
expansión económica, militar y cultural occidental y a diferencia de lo que
plantearon –y siguen defendiendo- muchos de sus mentores, no supuso la
desaparición de todas las culturas y formas de vida no europeas anteriores, si
bien influyó en ellas.
Tal
cual sostiene Oswald Spengler en su clásica obra la “Decadencia de occidente”, antes y en paralelo a la existencia de Europa
existieron “grandes culturas”
poseedoras de cosmovisiones, religiones, instituciones, valores y de tipos
económicos propios y diferenciados.
Por ejemplo y en sintonía con el planteo de Spengler, Alexander Duguin reconoce la existencia de siete grandes
unidades culturales y políticas en la actualidad. Estas son el Imperio
Occidental, el Imperio Euroasiático, el Imperio Chino, el Imperio Indio, el
Imperio Islámico, el Imperio Latinoamericano y el Imperio Africano. Dentro de
cada una de estas grandes unidades civilizatorias existe una diversidad de
entidades culturales e históricas.
Tal
cual sostiene Samuel Huntington, hay culturas que asimilaron varios rasgos de
la modernización tecnológica occidental, no así el conjunto de su sistema de
valores y de vida. La modernización tecnológica no siempre derivó en la
asimilación del ser occidental materialista y economicista con sus idolatrías
dinero, bolsa de valores y con su noción de progreso lineal liberal. Huntington
lo aclara cuando sostiene que “Los no
occidentales ven como occidental lo que Occidente ve como universal”.
Durante
mucho tiempo las ideologías liberalismo y marxismo postularon que era
inevitable la asunción del modelo cultural del occidente europeo y de su forma
de vivir y de estar en el mundo. Ambas corrientes, llegaron a esa falaz caracterización
ya que interpretan al hombre a partir de su ser económico. Para el marxismo, la
estructura de producción capitalista iba a consolidar una sociedad clasista que
transitaría en todas las latitudes las mismas etapas evolutivas y que construiría
un único modo universal humano socialista. Desde otra perspectiva, el
liberalismo llegó a conclusiones similares al plantear que el proyecto del
progreso capitalista occidental sería inevitable y universal.
El
egoísmo individualista y el materialismo de clase impondrían un modo único de
ser a todas las sociedades y culturas. En esta visión lineal de la historia, la
forma de producción capitalista terminaría con las otras culturas y produciría
un hombre nuevo, liberal consumista para unos y socialista y clasista para
otros.
Con
estos puntos de partida, las sociedades fueron caracterizadas como modernas o
atrasadas, civilizadas o bárbaras, progresistas o feudales.
En
realidad y a nuestro modo de interpretar la cuestión, la vitalidad de las
grandes civilizaciones históricas o ecúmenes como las denomina Alberto Buela, se
basa en que existen como entidades culturales identitarias y como sistemas de
vida. La cultura es transmitida de generación a generación, es conservada como
tradición, es repetida y vivenciada a partir de costumbres y de valores que son
perpetuados en instituciones y en prácticas.
Una
de las grandes manifestaciones de la cultura es la religión. Tanto liberales
como marxistas auguraron su extinción y su remplazo por la cultura laica,
racional y científica. Pese a los pronósticos, el sentido religioso no
desapareció con el capitalismo y con el cientificismo. Tampoco el comunismo y
otras ideologías y formas de producción pudieron borrar la cultura religiosa.
La religión trascendió las diversas formas de producción, de regímenes
políticos y de ideologías lo que favoreció el mantenimiento y la conservación
de grandes culturas y sus correspondientes modos de vivir y de entender el
destino humano.
En
definitiva y lo que quiero destacar, es que no existe una sola cultura
universal, una sola identidad y una única forma de ser y de estar en el mundo.
La noción de progreso occidental lineal y único capitalista, es parte de una
ideología que justifica la imposición de un sistema de poder particular y no
una tendencia natural, ni irreversible de toda la humanidad.
2.- Los peligros actuales del hombre
Ahora
quiero referirme a un conjunto de cuestiones neurálgicas y fundamentales sobre
el sentido actual del hombre de nuestro tiempo. Voy a destacar, brevemente,
algunos desafíos que enfrentamos y que considero son centrales para el presente y para el
futuro cercano.
La
comunicación y la imposición de la cultura anglosajona
El
título del encuentro se refirió a los cambios originados por las propuestas
científico-tecnológicas. Sobre esta cuestión, quiero destacar las derivaciones en
la cultura que trajo aparejado internet y la inteligencia artificial.
A
partir de la creación de internet se están modificando las nociones
tradicionales de soberanía cultural. Por intermedio de ese medio circula la
información superando las antiguas fronteras e instituciones del Estado
Nacional. Los ordenadores jerárquicos y distribuidores de la información dentro
de una nación como son los padres, el maestro, el profesor, el periodista, el
polìtico y el religioso son remplazados por consumos descentralizados de bienes
culturales, a los que se accede desde celulares y computadoras.
Me
interesa destacar tres temas de esta
nueva dinámica de consumo cultural. La primera, es que el acceso al
conocimiento sin las viejas mediaciones y organizadores del saber, es muchas
veces negativa para la formación cultural e identitaria de las nuevas
generaciones. Se genera un consumo anárquico de información que está siendo mediado
por las corporaciones multinacionales y se producen dificultades para diferenciar
lo necesario y lo accesorio, lo importante y lo superfluo. Es habitual el tratamiento
superficial de los textos y de las imágenes en redes lo que debilita el
pensamiento crítico y la cultura nacional.
El
segundo aspecto que quiero destacar es que el funcionamiento de internet y de sus
aplicaciones que disponemos en nuestro continente, dependen directamente de
corporaciones, centralmente, norteamericanas. La forma en la cual se organiza
la circulación de los contenidos y los temas que aparecen en los buscadores son
manipulados con fines económicos, políticos y geopolíticos.
La
tercera cuestión, es que este sistema de circulación de la cultura tiene la
particularidad de que registra, almacena, analiza y utiliza la información a
partir de la inteligencia artificial. Resultado de esto, es que están cambiando
radicalmente las nociones acerca de
libertad individual y de los alcances de la esfera privada y de la pública. La
libertad individual como la conocimos está terminada y actualmente las maquinas
recogen y sistematizan lo que hablamos, a dónde vamos, qué leemos, qué miramos
en la pantalla, qué consumimos, qué pensamos. Con esta información, las
corporaciones, los factores de poder y los gobiernos tienen un registro
individualizado de quiénes somos, que religión, pensamiento e ideología
tenemos.
Ningún
régimen político en la historia humana tuvo semejante poder. La esfera privada ya
no existe tal cual la conocimos y con la telefonía celular y con las aplicaciones
se registra, se ordena y se utilizan nuestras conductas y pensamientos.
Estamos iniciando una nueva etapa en el control
político y emocional de masas nunca visto y con perspectivas poco promisorias. Las
corporaciones hacen negocios. Los Estados hacen política y disputan con las
otras naciones el control del planeta. Los factores de poder forman opinión
pública y conducen a las masas utilizando recursos irracionales y emocionales.
La destrucción total del planeta
La evolución tecnológica en la industria bélica nos
pone frente a potenciales nuevas y más catastróficas Hiroshima y Nagasaki.
Los desarrollos de la producción robotizada e informatizada le dan una
capacidad destructiva al hombre que nunca tuvo.
Los drones y los vehículos no tripulados, el
perfeccionamiento misilistico y de armas de largo alcance, hacen cada día más
mortífera la capacidad militar. La posibilidad de destruir un objetivo ya no
tiene el límite de las distancias y todas las naciones son hoy un blanco
militar alcanzable por un grupo de grandes Estados.
Con la tecnología robotizada la acción destructiva
de la industria bélica es cada vez más impersonal, más distante e
inhumana.
Con la nueva dinámica de circulación de la información
las noticias de los sucesos se difunden rápidamente. Si bien la imagen es
manipulada por los gobiernos y por los distintos sectores en pugna, se amplió
la posibilidad de conocer aspectos de las tenebrosas dimensiones devastadoras
de la guerra. Esta terrible fuerza destructora se está utilizando en los
conflictos bélicos actuales. El saldo siniestro son ciudades hechas polvo en
minutos, poblaciones desplazadas e incluso masacradas.
La comunidad internacional parece anestesiada
moralmente frente a lo que ocurre. Las instituciones del siglo XX no están
demostrando capacidad para resolver las tensiones y disputas y menos aún para proteger,
al menos, a la población civil.
Dado el armamento y la tecnología para la muerte que
disponen varias naciones en pugna, el aumento del espiral de los conflictos
podría derivar en la destrucción total de la humanidad.
La destrucción de la casa en común
El
otro tema crucial de nuestro tiempo, es que estamos recibiendo las
consecuencias de siglos de destrucción del medioambiente.
El
calentamiento global, la contaminación atmosférica y del agua, la depredación
de especies y la desertificación, nos enfrentan a crisis y a desastres
naturales con consecuencias sumamente negativas para la sociedad.
Las
alertas que especialistas y hombres de ciencia venían haciendo hace tiempo, hoy
adquieren realidad.
3- La aceptación definitiva de la sociedad de los
descartados del capitalismo
Nuestro
continente no consolidó un modelo productivo de desarrollo de largo plazo. Por
el contrario, protagonizó ciclos cortos de crecimiento, que son seguidos de
otros de estancamiento y de severas y dramáticas crisis.
A este
inconveniente, se le suma la inmensa desigualdad en el reparto de la riqueza.
Como
producto de ambas cuestiones, existe un gran número de personas y de familias
descartadas laboral y socialmente. En buena parte de las naciones del
continente el desempleo y la informalidad en el trabajo castigan a la mayoría
de la población. Millones de familias padecen la pobreza, la indigencia y sus
diversas carencias vinculadas.
A las desigualdades laborales y sociales se le suma
la creciente desigualdad cultural. La educación pública primaria y secundaria
hoy no iguala, sino que en muchos casos diferencia a los nenes y jóvenes. En
nuestro país existen distintos sistemas educativos en función de la capacidad
adquisitiva de las familias y la brecha se amplía año a año hace ya varias décadas.
Está en crisis la noción de educación pública
liberal del siglo pasado, que se proponía construir una misma ciudadanía
nacional en una población socialmente y étnicamente diferente de origen
migratorio. El servicio militar que en
el siglo XX impulsó Ricchieri también
tenía vocación uniformadora y patriótica
en lo cultural. En ese marco, el Estado implementaba acciones sanitarias en los
cuarteles y forjaba una conciencia federal del territorio entre los jóvenes.
En la sociedad del descarte actual, el mercado de
trabajo no integra, sino que acentúa las desigualdades. La educación pública
tampoco iguala y se construyen muros culturales entre clases, grupos y
personas. En este punto, nuestro país se parece cada día más a otros de Hispanoamérica
que tienen a sus jóvenes separados en sistemas educativos públicos y privados
fuertemente diferenciadores.
El descarte social y la fractura cultural impiden
la necesaria unidad de destino. El país deja de ser una nación y deriva en un
mercado subdesarrollado y desigual.
A la crisis de la educación pública, se le suma la
creciente fragmentación de las comunidades de base familiar y barrial. El
resultado es el debilitamiento de principio de la solidaridad social que es necesario
para mantener unidos a los habitantes.
El
descarte social y cultural lleva décadas y de la pobreza cíclica involucionamos
a la marginalidad estructural. La marginalidad instala la cultura
del desprecio por la vida, acentúa la violencia interpersonal y el creciente y
preocupante ingreso juvenil al crimen organizado. Los robos brutales en las
grandes ciudades, los asesinatos motivados para sustraer un celular o un auto,
nos muestran lo poco que valen la vida propia y la ajena para miles de jóvenes
que no creen tener más posibilidad que la cárcel o que la muerte.
Al
no existir una unidad de destino colectiva y un principio de solidaridad
social, el estado de desigualdad es aceptado como una situación normal e
inmodificable.
La
crisis prolongada que padecemos originó un asfixiante y deprimente estado de
ánimo, un creciente desencanto y nihilismo sobre el
futuro. De manera similar al año 2001, las juventudes de clase media están
migrando vía aeropuerto de Ezeiza. También se están alejando del país emocionalmente
y es frecuente que tengan como perspectiva de vida salir de la Argentina. Ya no
se trata solamente de ir a Europa a consagrase culturalmente y adquirir estatus
para luego regresar a la Argentina como en el siglo XIX. Miles de jóvenes están
totalmente descreídos del país y se imaginan construyendo un proyecto fuera de
la patria.
Frente
al preocupante panorama, un sector importante de la dirigencia política se
convirtió en administradora del subdesarrollo. La falta de un mito movilización
y la mansedumbre de los dirigentes frente a la situación conllevan y acentúan
el descreimiento sobre los partidos, sobre el gobierno y sobre el Estado.
4- El desafío de las universidades
“Los muros se derrumban, las certezas se diluyen y
los ideales chocan con la realidad. Quizás por eso, la esperanza no basta. A la
esperanza en un mundo mejor hay que agregarle permanentemente voluntad de construirlo.
Por eso, el compromiso que asumimos y con el cual nos comprometemos es
construir una universidad al servicio de la Nación”. Ana
Jaramillo
El
complicado panorama no debe detener la necesaria e impostergable tarea de transformación
de la sociedad. Como bien dice Ana
Jaramillo en el epígrafe, frente a las adversidades los intelectuales y
académicos tenemos que comprometernos movilizando voluntad, esperanza y
compromiso con la nación.
Debemos
bregar por impedir la imposición de un universalismo cultural autoritario. En
la Universidad de Lanús trabajamos por la defensa y la promoción de la cultura
nacional y sudamericana que surge de nuestra historia como parte de una fusión
y actualización permanente de las tradiciones occidentales, hispanoamericanas,
precolombinas y de las culturas
migrantes que enriquecieron nuestro acervo identitario.
Debemos
promover un orden mundial pluri-versal. Con este fin, es importante respetar el
derecho al ser de las naciones y sus entidades étnicas y religiosas. En el sistema
que proponemos pueden convivir las distintas formas de existencia. En el mundo
pluriversal coexistirán la modernidad tecnológica, los sistemas valores
tradicionales y distintas formas políticas e institucionales.
Tal
cual estableció la filósofa Amelia Podetti, el encuentro de occidente con
América inició una nueva etapa en el desenvolvimiento de la universalización
europea. Este cruce de culturas cimentó la posibilidad de construir la nueva
civilización hispanoamericana de la que somos parte, con sus luces y con sus
sombras. Vivimos en un continente de raíces cristianas mestizadas con las culturas
precolombinas y con las diversas corrientes migratorias. Sobre esta matriz, conviven
diversos regímenes políticos de izquierda y de centro, más o menos populares. Algunos
son liberales y otros proteccionistas en lo económico. Todos estos sistemas
tienen una amalgama cultural y pese a que difieren en tipos de regímenes
políticos, comparten condiciones históricas e identitarias que pueden ser el
basamento para la construcción de un continentalismo federalista, respetuoso
del principio de autodeterminación nacional.
En
Asia y en África hay sociedades y gobiernos organizados a partir de islam. Algunos
están alineados en temas internacionales al polo occidental anglosajón como
Arabia Saudita y otros enfrentados a él, como es el caso de Irán. Esas
comunidades tienen derecho a fundarse en base a sus valores e instituciones, a
ejercer sus formas de vida y su política internacional. En el mundo multipolar
que proponemos, esas entidades culturales tienen que ser respetadas. Los
gobiernos tienen la soberanía para forjar acuerdos con los Estados y ninguno de
los otros sistemas puede imponerles por la fuerza un mandato cultural y
geopolítico de vocación universal.
Los
universitarios debemos afirmar el conocimiento nacional y suramericano. Esta perspectiva
supone nacionalizar y regionalizar las diversas culturas del mundo, para
ponerlas al servicio de la solución de nuestros problemas.
El
contexto de crisis internacional que estamos atravesando, además de un peligro,
es una oportunidad. Los dos grandes momentos universitarios de refundación
cultural de siglo XX, fueron la Reforma del año 1918 y el Congreso de Filosofía
de 1949. El primero, se propuso construir una nueva cultura que superara la
decadencia política y moral europea de la posguerra de 1914-18. Uno de sus
adversarios fue el liberalismo anglosajón norteamericano cuyo mito movilizador
positivista y materialista los reformistas consideraban agotado. En el año 1949
los académicos se plantearon forjar las bases de una nueva forma de ser y de vivir
en el contexto de un primer mundo destruido material y moralmente por la guerra.
La Comunidad Organizada sería el nuevo sistema de vida alternativo al
liberalismo, al comunismo y a los otros autoritarismos europeos como el fascismo
y el nazismo.
Finalmente
y frente a la sociedad de los descartados actual, tenemos que postular la
construcción de nuevas ciudadanías sociales que garanticen la dignidad humana. Se
trata como postuló Antonio Cafiero, de forjar un “Estado de la Justicia, que no niega el Estado de Derecho, pero el
Estado de Derecho es letra que a veces muere, en cambio el Estado de Justicia
es como el espíritu que vivifica. Es un Estado de persuasión colectiva que
supera lo formal para depositarse en la conciencia colectiva y el pensamiento
de cada hombre. Es un Estado donde las banderas igualitarias tienen más
vigencia que nunca”.
Bibliografía citada
Alberdi
Juan Bautista (1920) Fragmento preliminar
al estudio del derecho, La Facultad, Buenos Aires.
Buela
Alberto (2020) Virtudes contra
deberes, TB ediciones, Buenos Aires.
Duguin
Alexander (2023) Imperios como
civilizaciones, en línea
https://www.geopolitika.ru/article/imperii-kak-civilizacii
Huntington
Samuel P. (1997) El choque de
civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, Paidos, Buenos
Aires.
Jaramillo
Ana (2006) Intelectuales, académicos, un
compromiso con la Nación, EDUNLA, Buenos Aires.
Spengler
Oswald (2007) La decadencia de occidente,
bosquejo de una morfología de la historia universal, Austral, Madrid.
Solíz
Rada Andrés (2013) La luz en el túnel,
las lídes ideológicas de la Izquierda Nacional boliviana, Publicaciones del
Sur, CABA.
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